Pásalo
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El puerto de la rutina se intuye con más fuerza y el aire va dejando de oler a sal
Muchos sienten que a este verano de garrapatas y mosquitos de faraones, de calores desérticas y granizadas de danas, de sucesos sombríos y ciudades sin sombras se les va de las manos cruzadas de sus vacaciones, que cada vez está más cerca de lo que ... canta la ranchera: y volver, volver, volver… Tal día como hoy, que es el de la Virgen en toda España, suele interpretarse como la vuelta al cabo de Buena Esperanza del estío, ese punto donde se pone la proa del ocio en dirección a un regreso que se presiente cada día más inminente. El puerto de la rutina se intuye, por días, con más fuerza y el aire va dejando de oler a sal, algas y mareas para empaparse de ráfagas de atascos de tráfico, maletas colegiales y guiris dejando la basura en la puerta de su alojamiento turístico. El tiempo no es otra cosa que volver a lo de siempre. Y te das cuenta de que las vacaciones, como dicen algunos científicos del universo, no es más que una realidad simulada. No existe. Es un invento del deseo. Y como la misma naturaleza del deseo, un tiempo fugaz.
A mí, los nardos que hoy se elevan a los altares de nuestras vírgenes, se me antojan la metáfora más pura, sacra y sentimental de este tiempo declinante. Quizás la flor ultima que abrocha la corona de nuestras celebraciones. Desde la flor de Pascua al nardo, pasando por el azahar y las de la jacaranda, encadenamos un calendario la mar de florido, lleno de significantes y significados, que asociamos, cantamos y ofrendamos a las liturgias de nuestras convicciones más personales. Al nardo le toca, pues, acompañarnos en la disposición de abandonar el transitorio shock de creernos que el verano es tan eterno como lo soñamos mientras despedimos por poniente a un sol que es medalla de oro de la maratón de nuestros días. Es un aviso amable, misterioso y juvenil en su penetrante aroma. Quizás las características del tiempo del verano que se nos va.
Hemos colgado en las redes lo que nos sorprende. Un caballo que baila, un acantilado de Finisterre empapadito de bruma, una noche de estrellas fugaces convirtiendo en feria la mitad de la nada, un tren inmovilizado por la pericia inventada de un ministro no apto para el consumo, ciudades que le piden a sus vernáculos que no salgan a la calle para dejarles sitio a la invasión turística… Eso y mucho más lo hemos fotografiado y enviado a los amigos que, a su vez, han hecho lo mismo. Y eso no está mal. Es una forma como otra cualquiera de mantenernos cerca cuando el verano nos dispersa. Pidámosle al nardo que siga perfumando estos días y aleje de nosotros lo que el doctor Manuel González anuncia a los políticos como la pandemia que viene: la de la soledad, que es el invierno del estío de nuestra existencia, el nardo convertido en cardo sin memoria…
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