PÁSALO
Que siga la tradición
Esas raíces trascendentes de Román son las que hicieron crecer el árbol de la familia Castro
Los cumpleaños se celebran echándole un pulso al tiempo, al que se le agradece su generosidad por dejarnos seguir siendo, por respetar que continuemos colocando velas encendidas de ilusión sobre la crema de una tarta. Cumplir noventa años con vitalidad primaveral, sin los sustos inevitables ... de los ciclos vitales, es casi milagroso. Casa Román, aquel colonial que levantó en un barrio aún vecinal y de calles terrizas un castellano de Guijo de Ávila en los años treinta, está ya a una década de alcanzar su centenario, al que no le hace falta ni himno ni letra. Porque su banda sonora, siempre en clave de cuerda, es la opuesta a la de los violinistas del Titanic. En Casa Román los violines suenan en el paladar, no tocan a naufragio y su partitura es alegre y festiva como un plato serrano de jamón del bueno. De eso se encarga la orquesta sincronizada de industriales de pata negra: las delicias de Lazo, Sánchez Romero con más jotas que Aragón y Castro y González con sus jamones más serios que El Viti. Noventa años ha cumplido casa Román, con presencia de alcalde y consejerías de Cultura y Empleo. Con macarenos de mando en plaza y martillos benditos como el letrado Ernesto Sanguino y el doctor José María Rojas Marcos. Pero, sobre todo, con una familia que parece cantar aquel guaguancó de Gloria Stefan: Que siga la tradición. Hagan memoria: «Qué alegría, sí señor/aquí con toda mi gente/ y con gran admiración/brindo esta celebración/de mis raíces trascendente…»
En las raíces trascendentes de este cumpleaños están las de Román, el fundador de la saga. Y aquí, al lado de Los Venerables, levantó una pequeña superficie de las de aquellos años, donde podías comprar desde alfileres a tocino de jamón, beberte un tinto del Aljarafe y pagar lo que debías con un cargamento de sandías y melones, como ocurrió más de una vez. Esas raíces trascendentes de Román son las que hicieron crecer el árbol de la familia Castro, desde el patriarca hasta la tita Mari Cruz, desde Lola a la Boli, desde María hasta Vicky. Sin olvidar dos nombres insustituibles, pilares fundamentales de Román y Antonio: Matilde Somé e Ivana Belluzzo. Bien se pudo cantar la noche del martes lo que cantaba Gloria Stefan: «qué alegría, sí señor/ aquí con toda mi gente». Las raíces siguen vivas y agarradas a la tierra para proyectarse al cielo del siglo, que ya las ramas más nuevas del árbol rozan como metáfora viva de la hostelería tradicional sevillana.
En el álbum de la saga Castro hay una foto que siempre me llamó la atención. Blanco y negro. Tras la barra Román y un Antonio Castro que apenas si alcanzaba el mostrador con los ojos fijos en la cámara. Esa foto tiene su continuidad con la que la noche del martes se hicieron los Castro y los Somé en la puerta del negocio familiar, a la vera del gran ventanal donde Román se tomaba su tónico mirando a la plaza de los Venerables. Han pasado noventa años. Y los violines de pata negra parecen que tocan que siga la tradición…
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