PÁSALO
El primer umbral
Sigue habiendo gente que prospera: los que no tienen corazón
En un día tan señalado como el de mañana hay dos formas de entrar: con una resaca de instituto anatómico forense o haciendo palmas al ritmo de la marcha Radetzky del concierto de Año Nuevo de Viena. Es usted libre de elegir una de las ... dos. Y quedarse con la que más le guste. Seguro que no se salva nadie de haber pisado el primer umbral del año nuevo con un dolor de cabeza de garrafón o con los elegantes planos de la Sala Grande de la Musikverein vienesa levitando con el concierto de Año Nuevo. En cualquier caso, tantos a unos como a los otros, se les desea lo mejor para este año. Me ahorro lo de la prosperidad porque, el animalito, sale de chiqueros subiendo el iva de la luz y el gas, razón por la que no dejo de santiguarme y de escuchar el Lucky man de Emerson, Lake and Palmer. Y regodearme en su estribillo: era un hombre afortunado. Porque en la calle le esperaban damas vestidas de satén y su cama estaba hecha con finas sábanas de oro bordado. Era un hombre afortunado... Hasta que fue a la guerra, le pegaron un tiro y se acabó tan bonita historia. Algo de eso nos pasa con el tránsito de la Nochevieja al Año Nuevo, cuya efusividad dura lo que tarda en llegar el primer recibo de la luz.
Les deseo, pese al calambrazo, lo mejor. Porque la prosperidad parece que se ha convertido en un asunto ajeno a las clases medias. En el Epitafio de King Crimson, una estrofa, con tintes calamitosos, nos advertía de que «el muro en el que escribieron los profetas/se está agrietando en las costuras» Hay muros levantados en esta nación que nos hace olvidar la prosperidad y reclamar el estado de cosas previo a eso que llaman polarización. Y que no es más que un permanente estado de sitio a la razón y la destilación política del espíritu de los comancheros. Todos están obligados a cortar cabelleras y en jibarizar al contrario. Haya o no haya motivos. El resultado es una pelea de corrala cuyo vocerío, la mar de las veces, no suma más nada que eso: voces sin sentido, a ser posible en todas las lenguas que conforman la federación intratable de las tribus arapajoes ibéricas.
Sostenía Chaplin, don Carlos, que el tiempo es el mejor autor porque siempre encuentra el final perfecto. Aplicada su certera frase a la situación que sufrimos, donde las cifras de empleo nos las dan dopadas y cuentan como trabajadores los que alguna vez lo fueron, el final perfecto del que hablaba Chaplin no lo acabo de ver. O lo veo muy malamente. Cada vez se nos van más jóvenes preparados lejos de donde deberían volcar su talento, porque o no los pagan o no encuentran tajo. La prosperidad que cada año nuevo nos deseamos es cada vez más difícil de alcanzar. El aceite parece que lo hace la industria de la perfumería parisina y hasta el agua que el cielo nos niega ha subido su precio. Pero sigue habiendo gente que prospera. Los que no tienen corazón. Los sicarios están cotizados. Y los estafadores se ceban con ancianos de ochenta años y sus tarjetas de créditos. Ojalá todo esto cambie. Y prospere la gente de buena voluntad. Feliz Año.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete