PÁSALO
Demasiadas flores
Ante una puñalada a la razón no te queda mucho donde elegir para salvarte
Hay despistadas flores de almendro que adelantan su presencia, mostrándonos la inocencia de su premura. Aún no es su hora. Hace frío para la delicadeza de su risa blanca. Y si se dejan aconsejar por la urgencia de una primavera embustera, morirán sin haber disfrutado ... del esplendor de su belleza. A un chico de Aznalcóllar, Aarón era su nombre bíblico, le han colocado flores en una parada de autobús cercana al instituto de Gerena donde estudiaba FP.
Diecisiete años que ya lo son de tierra y mármol. Diecisiete años de un almendro que no volverá a reír. Su ausencia es el dolor inagotable que siempre provoca la estupidez. El instinto básico que unifica en la misma tribu a los irracionales. A las bestias del bosque que se alimentan de sombras y odios. Cada vez hay más estiércol para esas espinas sin rosas. Cada vez hay más almendros en cuyos alcorques vierten lejía. Aarón es hoy la lágrima torrencial de los suyos y la indescifrable ecuación emocional que no acaba de resolver la X de una pregunta: ¿por qué? ¿Por qué fue tan breve la pila que el destino colocó en su reloj?
Demasiadas flores colocamos en los mataderos. Recuerdo, a bote pronto, el de los jardines de Murillo, los de Marta del Castillo en los jardincillos del portal de su casa, los ya mentados de la parada del bus de Aznalcóllar. Hay más. Pero no descarto que la memoria se encoja y recule para no actualizar tanto dolor. Las veces que sus familiares y amigos se hayan preguntado, sin más respuesta que la conmoción, la razón de tanto sin sentido, serán infinitas e irán arrastradas por un turbulento río repleto de sapos de angustias e impotencia. Ante una puñalada a la razón no te queda mucho donde elegir para salvarte. Porque soy de la opinión que no siempre el tiempo lo cura todo. Hay cicatrices que cifran el techo de nuestra salud emocional.
Le damos vuelta y más vueltas a las razones por las que la juventud, mejor dicho, cada vez más jóvenes, se incorporan al tercio de la violencia e irracionalidad. Esos jóvenes son la cara más oscura de la moneda de los que se movilizaron, derrochando generosidad y empatía, para hacer el petate de la solidaridad y ayudar en Valencia. Uno, que fue joven antes de Cristo, sí constata que han cambiado valores incuestionables entonces que hoy no lo son. La lealtad a la violencia por la violencia, un galardón social entre pandilleros y sus simpatizantes, contrasta con aquel tiempo que refiero donde era demasiado chungo aceptar lo que ya nos adelantaba Kubrick en La naranja mecánica. En un artículo no cabe el mar de letras que necesita analizar un fenómeno tan complejo.
Solo deseo que algún día, el asesino de Aarón y sus colaboradores, reflexionen racionalmente sobre lo que han hecho y acepten su incapacidad de expiación como parte del castigo que, sin dudas, merecen.
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