PÁSALO
La cara desvelada de Tartesos
En las Casas del Turuñuelo han aparecido las primeras esculturas que podrían vincularse con el Tartesos del siglo V antes de Cristo
Una de las cosas más extraordinarias que los científicos le han arrancado al yacimiento tartésico de las Casas del Turuñuelo, Guareña, Badajoz, es que estaríamos muy cerca de ponerle rostro a sus hombres y mujeres. Sabríamos qué características tenían sus físicos, que influencias genéticas asomaban ... a sus rostros, cómo se adornaban sus damas y cómo se atildaban el pelo sus guerreros. Hasta ahora, que yo sepa, las representaciones físicas de personajes de aquel mundo se codificaban en las estelas extremeñas y del Algarve, donde casi nunca falta el guerrero, su carro y sus caballos en trazos infantiles y esquemáticos como escapados de un abrigo cavernario del Neolítico. Se ha llegado a creer que autocensuraron sus representaciones. Dicho en román paladino: por alguna razón no creían en la «fotografía», en los selfis del siglo V antes de Cristo. La imagen que tenemos, por ejemplo, del sacerdote que se adorna con las piezas del tesoro del Carambolo es una pura invención, una percha para colgar tan elaborado ajuar religioso. Una fantasía que nos sirve de recurso para entender mejor al chamán y su ropaje litúrgico.
En las Casas del Turuñuelo, en cambio, han aparecido las primeras esculturas que podrían vincularse con el Tartesos del siglo V antes de Cristo. Una cultura ya casi al final de su trayecto que bien podría estar mestizada con influencias ibéricas y turdetanas. En cualquier caso, el hallazgo es, para el siempre nebuloso y esquivo mundo de tartésico, lo que la Odisea para entender el mundo antiguo griego. Un auténtico poema de cinco piezas escultóricas que alumbran la oscuridad de aquel tiempo en el valle de Guadalquivir y del Guadiana. De las cinco esculturas, dos son de mujeres, con sus adornos respectivos y otro de un joven que quizás represente el rito del paso de adolescente a guerrero. Las otras dos esculturas están siendo estudiadas y faltan identificarlas. Tartesos ya tiene cara, ya tiene rostro. No es que censuraran el retrato. Es que hasta este año no han aparecido esculturas y fenotipos de aquellos sureños de hace más de dos mil ochocientos años. El Turuñuelo es toda una extraordinaria revelación iconográfica en clave tartésica o iberoturdetana.
A mí siempre me intrigó de la estatuaria ibérica los ojos achinados, rasgados, almendrados de mucha de sus representaciones. Una mirada atenta a la Dama de Elche o al soldado de Porcuna te revelan unos rasgos orientales que, en principio, te chocan tanto como te emocionan. Esas damas o divinidades del Turuñuelo nos recuerdan con cierta facilidad a mujeres asiáticas, geishas de Gárgoris. Y el guerrero de Porcuna, debidamente ataviado, no desentonaría entre el ejército de terracota chino que veló en su viaje eterno al emperador Quin Shi Huang. No es mentira que estos rasgos orientales del otro extremo del mundo también aparecen en la estatuaria etrusca y en la arcaica griega. Lo que ha llevado a algunos investigadores a relacionarlos, genéticamente, con aquellas culturas, a través del encuentro entre el mundo europeo y caucásico y el llegado de las estepas del Asia Central. Sea como fuere, los ojos de las señoras del Turuñuelo, son los de los rostros de Tartesos ya desvelados, tan bellos como para saltarse la censura del ministerio igualitario y piropearlos sin descanso…
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