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Azahares

Nuestra humilde flor sin heráldica continúa haciendo prisioneros

Felix Machuca

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Antes que las túnicas colgaran de las perchas del salón, planchadas y limpias como un traje de estreno, al volver de la esquina ya te entusiasmaban los clarines alegres, embriagadores y orientales del azahar. Esta ciudad puede estar comida por la boca insaciable de su ... inmundicia y por los malos olores que se desprenden de su buen trato con la garduña, pero todo lo tapa, como en medievales tiempos alérgicos al baño, el perfume blanco, mínimo pero potente, de la flor que reclama su sitio en el escudo de la ciudad. ¿Hay formas de reformar el PGOU de nuestro escudo y de nuestra bandera para hacerle sitio a la más noble y popular flor de nuestra jardinería? El olvido es una de nuestras virtudes más acendradas. Tampoco se queda corta la indeseable familiaridad con la que maltratamos todo aquello que pide a gritos altares y consagraciones. Somos mal pagadores de lo que mejor nos define. Viene un forastero y, como un perro de caza con el olfato afinado, se refugia bajo un naranjo para alcanzar ese éxtasis que decía Cernuda que ganaban los andaluces tras un arco. No hay quien lo saque de ese refugio contra la vulgaridad contaminante. Porque, en menos que canta Rosalía su Motomami, el tipo ya se ha convertido en adicto. De por vida esnifará la fragancia pura que resbala por el cuello de la ciudad y que se le quedará grabado en el cerebro de su hedonismo. Uno más. Otro de miles y miles. Nuestra humilde flor sin heráldica continúa haciendo prisioneros…

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