TRIBUNA ABIERTA
Culpables de la evangelización en América
La colonización no es separable de la enorme labor evangelizadora realizada por tantos y tantos hombres de fe que entregaron su vida por llevar el Evangelio a ese continente
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Me siento culpable de la evangelización en América. Uno de los temas de nuestro tiempo es el de la conquista y colonización de América. Siempre la hemos considerado como una gran obra civilizadora que levantó ciudades, erigió universidades, creó hospitales o erigió catedrales. Y que ... dotó a los nuevos virreinatos de leyes preocupadas por proteger los derechos y la dignidad de la población indígena. Pero frente a esta visión se alza ahora con renovada fuerza otra que, centrada en los abusos sufridos por las poblaciones indígenas, la desaparición de lenguas y culturas originarias cuestiona severamente la obra colonizadora. No nos corresponde entrar en valoraciones historiográficas. Esa es labor de los historiadores.
Pero como miembros de la Iglesia sí que debemos reflexionar sobre otra dimensión de esa obra histórica, la de la evangelización de ese continente. La colonización no es separable de la enorme labor evangelizadora realizada por tantos y tantos hombres de fe que entregaron su vida por llevar el Evangelio a ese continente. Es sorprendente que en Lima coincidieran cinco santos, unos mestizos y otros llegados de España, Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Juan Macías, San Martín de Porres y San Francisco Solano.
Cierto que, como obra humana la evangelización no estuvo exenta de errores. Tan malo es presumir con un orgullo que banaliza y daña la tarea evangelizadora, como presentarla como un mero apéndice de una historia de destrucción, pues el complejo daña y mutila el ardor apostólico, encoge y arruga. Quienes allí fueron pudieron tener muy diferentes intenciones, algunos iban ya a entregar sus vidas como misioneros, pero no pocos que se embarcaron en busca de fortuna se convirtieron en apóstoles al encuentro con la Gracia. Y es que en toda evangelización hay un ingrediente de Gracia pues la iniciativa parte siempre de Dios.
Si pusiéramos en una balanza errores y martirio se inclinaría por los mártires que entregaron su vida y desde el cielo son intercesores para que la animación misionera siga su propio curso, avanzando en esta misión ad gentes de aquel que descubrió en su interior está llamada a ir más allá, ese plus que diría San Ignacio, e intenta ponerlo en práctica, arropado por la comunidad. Y aunque sea incomprendido sabe que solamente tiene que anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado en la historia para nuestra salvación y, al mismo tiempo, crucificado también en el dolor de la humanidad.
Por eso, no se puede enjuiciar la historia de la evangelización de América con miopía ni con intereses sesgados. Esa historia va entretejida con nuestra propia intrahistoria, en las que aciertos y errores se funden, pero no se confunden. Ahora bien, lo que nadie puede negar es que ahí están figuras como Santo Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima, consagrado obispo en la catedral de Sevilla, que organizó la Iglesia en el Virreinato de Perú o monseñor Romero y los jesuitas mártires de la UCA, asesinados en El Salvador en los años ochenta del pasado siglo por defender a los más débiles o quienes están sufriendo martirio hoy mismo en Nicaragua y otros lugares de ese gran continente, víctima de tantos depredadores.
Nada puede separarnos cuando rezamos el Padrenuestro con el mismo sentir y con el mismo latido y eso da sentido a todos los que a lo largo de los siglos han ido a llevar el Evangelio y, aunque hayamos cometido errores, dejamos allí la fe, no pocas veces con sangre derramada. Y nada puede privarnos de la alegría de ver a esa infancia crecida al sabor del Evangelio y de la opción por los pobres hasta una conversión y el viaje al Nuevo Mundo y es porque la gracia es siempre superior a las obras. Y por eso podemos anunciar que «el Reino de Dios está en medio de vosotros» (Lc. 17, 20), porque, como nos recuerda Benedicto XVI, «por medio de la presencia y la actuación de Jesús, Dios, como sujeto que actúa, ha entrado aquí y ahora, de modo completamente nuevo, en la historia».
Lo cierto es que, por encima de cualquier valoración de hechos históricos, hay una gran verdad que no puede ocultarse, y es que, por la entrega de tantas vidas y la sangre de tantos mártires, todo un continente ha conocido a Cristo, al Hijo del Dios vivo, y que esa página gloriosa de la historia de la salvación se sigue escribiendo cada día a través de la labor apostólica de tantos misioneros que predican el Reino de Dios y que con su entrega hacen visible ese Reino que, por Cristo, está entre nosotros, por muchas que sean las injusticias que haya que superar y mucho lo que quede para lograr un pleno desarrollo humano. Los que fueron y va a evangelizar, nuestros misioneros, no son héroes sino hombres y mujeres de Fe que ante los más feroces peligros no abandonan su rebaño. Corren la misma suerte que su pueblo al estilo del Buen Pastor.
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