QUEMAR LOS DÍAS
Todos lo sabíamos
La mafia de los taxistas del aeropuerto era una cosa archisabida, y su desarticulación llega demasiado tarde
Aguanté la serie completa de Álex de la Iglesia sobre la Expo 92 casi por inercia. Todo en ella, como les habrán dicho, es un despropósito. Nada funciona, el argumento es sonrojante, las incoherencias del guion, clamorosas… Sin entrar, claro, en el tratamiento de lo ... sevillano y lo andaluz, quizá lo único, por ridículo, que impidió que me quedara dormido en más de un capítulo. No siempre fue así, y en otro tiempo, y otros proyectos, De la Iglesia solía mantener buen pulso narrativo, a pesar de su patológica tendencia al desbarre. Quizá una historia como la de los taxistas del aeropuerto se habría ajustado mucho mejor a su carácter. Le habría salido, eso sí, una película más oscura y sórdida, pero desde luego mucho más realista.
Que en los taxis del aeropuerto existía una mafia era cosa archisabida por buena parte de los sevillanos. Todos tenemos algún familiar o amigo que, al llegar a San Pablo, ha sufrido de un modo u otro sus malas prácticas. La quema de vehículos VTC en el año 2017 saltó a la palestra nacional con espacios en los informativos de las principales cadenas; de eso han pasado, ahí es nada, ocho años. Es comprensible que Élite Taxi haya denunciado la pasividad de las autoridades a la hora de luchar contra esta organización mafiosa, cuya actividad ha tenido un efecto desastroso para la imagen turística de Sevilla. Y también, añado, para la propia imagen del colectivo de los taxistas sevillanos, contaminados por un halo de sinvergonzonería, picaresca y delincuencia de pequeña escala que no se corresponde con la realidad.
En la serie de Álex de la Iglesia, por cierto, aparece un taxista sevillano. Es un personaje antipático, dibujado con trazo burdo, como una caricatura. El taxista, verborréico como manda el tópico, es un terraplanista, un conspiranoico, que aliña su discurso con dejes y chascarrillos andaluces a lo Álvarez Quintero. Álex de la Iglesia no es, definitivamente, el director que una serie con trama negra sobre Sevilla merecía. En realidad, Sevilla y su trama de taxistas corruptos tienen la altura dramática y criminal de una serie de David Simon. Porque la estructura, las formas y los hechos denunciados recuerdan al sindicato de estibadores polacos liderados por Frank Sobotka en la segunda temporada de The Wire. En aquel puerto de Baltimore, los estibadores no ejercían la picaresca, sino la delincuencia organizada. Habían llegado a ella gracias a años de permisividad y sofisticación. En los taxis del aeropuerto, todos sabíamos, desde hace mucho tiempo, que pasaban cosas, y cosas feas. La sensación es que su desarticulación llega demasiado tarde. La promoción de la marca turística de Sevilla debió empezar hace muchos años con la erradicación del crimen organizado en los taxis del aeropuerto. Con todo, bienvenida sea: más vale tarde que nunca.
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