quemar los días
Los Reyes no siempre son puntuales
Una vez llegaron tarde, pero nos brindaron el mejor regalo de Reyes de nuestra vida
Nada hay más doloroso que ver sufrir a un hijo. Tan cierto como que tendemos a borrar de nuestra memoria los recuerdos más dañinos. Por eso no sé si mi hijo tenía cinco o seis años cuando una neumonía severa lo llevó a ingresar en ... el Hospital San Juan de Dios del Aljarafe en el día de fin de año. La neumonía estaba extendida por ambos pulmones, y lo sometieron a un tratamiento antibiótico intravenoso contundente. Mi memoria quiere olvidar, pero no puede, cómo mi pequeñísimo niño lloraba, aterrado y dolorido, cuando tenían que pincharle para colocarle la vía o extraerle sangre.
Los días avanzaban, se acercaba la fecha de los Reyes Magos. Pero mi hijo no respondía al tratamiento. La neumonía continuaba allí, terca y fea, como una araña ovando sobre su cuerpo. Teníamos que ocuparnos también de nuestra hija pequeña, así que nos turnábamos en el hospital mi mujer y yo. Cada vez que subía en el ascensor camino de la habitación para hacer el relevo, debía concentrarme para enfrentar el rostro de mi hijo sin rastro de preocupación o tristeza. Allí seguía su cuerpecito con las vías y la cara de espanto, deseoso de que eso que no comprendía acabara ya de una vez y pudiera volver por fin a casa.
Volver a casa: cada vez parecía más lejos. Nos tocaría pasar la noche de Reyes en el Hospital. En la mañana del día de Reyes, tres Reyes Magos vinieron a San Juan de Dios a visitar a los niños enfermos. Mi hijo se emocionó con la visita, pero no acabó de convencerse de que aquellos fueran los verdaderos Reyes Magos de Oriente.
También pasó el médico. Después de valorar la evolución de la dolencia, explicó, habían decidido enviar a mi hijo al Virgen del Rocío para que allí le practicaran una punción con el objetivo de extraerle líquido de los pulmones, ya que el tratamiento antibiótico no estaba dando los resultados esperados.
Llegó la tarde. Me tocaba a mí pasar la noche de Reyes en el Hospital con mi hijo. La planta en la que estábamos era alta, de forma que, desde el ventanal, podían contemplarse en la lejanía algunas calles de Bormujos. Había dos enfermeras aquella noche, dos enfermeras atentas, cariñosas, a las que nunca olvidaré. Llenaron a mi hijo de mimos, nos acompañaron mientras, a lo lejos, por el ventanal, discurrían las carrozas de los Reyes Magos del pueblo.
Aquellos sí que eran los Reyes Magos, dijo mi hijo.
Pero no. Los Reyes Magos aún tardarían un par de días en llegar. Aparecieron cuando mi hijo fue trasladado al Virgen del Rocío. Al analizar los parámetros de la neumonía, antes de ordenar la punción, descubrieron que por fin los niveles de infección habían comenzado a remitir. En menos de tres días estábamos ya en casa.
Los Reyes Magos no siempre han sido puntuales. Me he acordado este año, con el adelanto de la cabalgata. Aquella vez, Sus Majestades de Oriente llegaron tarde para brindarnos el mejor regalo de Reyes de nuestras vidas.