QUEMAR LOS DÍAS
Al mono regresamos
Para saber contar con magisterio, debe haber personas al otro lado preparadas para saber leer
Soy de los que salió fascinado del cine al ver The Brutalist. Pero al mismo tiempo, me asaltó cierta perplejidad al tomar consciencia de la unanimidad del entusiasmo que esta cinta suscita. Tengo la impresión de que, como muchas otras veces, la gente, sin más, ... se sube al carro del hype para no salirse de la norma de lo que se lleva. Porque me cuesta creer que lo que la película propone deje buen sabor en tantos paladares. No estamos, ni mucho menos, ante, por ejemplo, un Titanic o un Forrest Gump. The Brutalist me parece una película exigente. Y lo que más me fascina, de hecho, es justo eso: su enorme sutileza al contar una historia que en otras manos podría haber acabado en un melodrama edulcorado insoportable. La forma de contar de Brady Corbet, que tiene mucho que ver con la forma de rodar, está apuntalada sobre numerosos detalles, sobreentendidos, elipsis, a los que hay que prestar atención, que el espectador debe ir recogiendo para armar la personalidad y el drama de un personaje que lucha con demonios que trascienden su condición de emigrado judío forzoso a los EE.UU. desde la convulsa Centroeuropa en pleno avance de la ola nazi.
Saber contar: ahí reside todo. Pero para contar con magisterio, debe haber personas al otro lado preparadas para saber leer. Para apreciar en su justa medida una cinta como The Brutalist hace falta haber visto mucho cine. Cuando uno contempla una obra de arte, la apreciación de la obra requiere, inexcusablemente, conocimiento. Desde los tiempos del instituto, siempre sentí fascinación por El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, en el que había tanto que mirar. Aprendí que se trataba de un retrato burgués de un mercader, Arnolfini, y su esposa embarazada. En el delicioso ensayo El affaire Arnolfini, Jean-Philippe Postel sugiere que en realidad el cuadro es una burla a un cornudo: para empezar, San Arnulfo, nos ilustra Postel, es el patrón de los engañados. El libro nos invita a mirar reflexivamente todos los detalles de la obra. Acabamos concluyendo que llevamos muchos años mirando sin mirar ese cuadro.
Porque miramos sin mirar. Hace unos meses visité el Museo Nacional del Prado. Me hubiera quedado todo el día en la sala 67, contemplando las pinturas negras de Goya. Los grupos de turistas, en cambio, se asomaban a los cuadros como quien revisa una colección de estampas. La consigna es verlo todo, aunque eso signifique no ver nada.
Leo que en China se impone una nueva tendencia: microseries con capítulos de un minuto pensadas para consumo en el móvil. Para mirar sin mirar. Un paso más hacia la renuncia de la contemplación estética, esa cualidad excepcional del ser humano que la prisa y el mercado ponen hoy en serio peligro de extinción. Venimos del mono, al mono regresamos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete