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QUEMAR LOS DÍAS

Al mono regresamos

Para saber contar con magisterio, debe haber personas al otro lado preparadas para saber leer

Daniel Ruiz

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Soy de los que salió fascinado del cine al ver The Brutalist. Pero al mismo tiempo, me asaltó cierta perplejidad al tomar consciencia de la unanimidad del entusiasmo que esta cinta suscita. Tengo la impresión de que, como muchas otras veces, la gente, sin más, ... se sube al carro del hype para no salirse de la norma de lo que se lleva. Porque me cuesta creer que lo que la película propone deje buen sabor en tantos paladares. No estamos, ni mucho menos, ante, por ejemplo, un Titanic o un Forrest Gump. The Brutalist me parece una película exigente. Y lo que más me fascina, de hecho, es justo eso: su enorme sutileza al contar una historia que en otras manos podría haber acabado en un melodrama edulcorado insoportable. La forma de contar de Brady Corbet, que tiene mucho que ver con la forma de rodar, está apuntalada sobre numerosos detalles, sobreentendidos, elipsis, a los que hay que prestar atención, que el espectador debe ir recogiendo para armar la personalidad y el drama de un personaje que lucha con demonios que trascienden su condición de emigrado judío forzoso a los EE.UU. desde la convulsa Centroeuropa en pleno avance de la ola nazi.

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