QUEMAR LOS DÍAS
Por qué soy un mal padre
Internet tiene la culpa de todo. Por eso triunfa el reguetón y existe el porno
Se le ilumina la cara cuando, por enésima vez, en alguna conversación sobre la educación de los hijos, recuerda que en casa no tienen televisor. Sus vástagos, por supuesto, tampoco tienen móviles, y de PlayStation o Wii ya ni hablamos. Cuando toca ver series, lo ... hacen en algún dispositivo de los padres. Están suscritos a Netflix, pero las series las ven siempre en familia, y por tanto solo aquellas que superan cierto filtro de decoro.
No puede evitar la condescendencia mientras me escucha contarle que en casa sí hay tele, pero no solo eso: mis hijos tienen móviles, con acceso a varias plataformas, además de Netflix. No hace falta que me lo diga, porque lo leo en sus ojos: soy un padre horripilante, que estoy conduciendo inconscientemente a mis hijos cuesta abajo por el camino de la mala educación. La tele, las redes sociales, Internet, tienen la culpa de todo. Por eso hay matanzas de adolescentes en los colegios americanos, por eso ya los niños no leen, por eso triunfa el reguetón, por eso existe el porno.
Mi conocido no está solo en esto. Hay toda una corriente de papás hiperresponsables y supraconcienciados que velan día y noche para evitar que el demonio de lo digital entre en sus casas. En los cumpleaños infantiles hacen proselitismo y blanden la espada flamígera de su discurso con maneras mesuradas, pero demostrándote siempre que pueden que como padre tu conducta es totalmente deleznable.
No ven tele, estos papás, pero tampoco escuchan radio, ni leen prensa y su régimen informativo es bastante estricto. No solo desconfían de Netflix, sino también de los informativos. Demasiada manipulación, dicen. Demasiados intereses creados, aseguran.
Durante algún tiempo, confieso, sentí ciertos complejos al enfrentarme a este club. No podía evitar los remordimientos de conciencia por el nefasto ejercicio de mi paternidad. Ahora quienes me dan pena son ellos. Y, sobre todo, sus hijos. Me recuerdan a aquella película del joven Travolta metido en la burbuja, incapaz de relacionarse con el exterior.
Porque esos papás hiperresponsables, sin embargo, defienden con vehemencia que los niños lo que tienen que hacer es jugar en la calle, y si es posible recuperar las espadas de madera y los trompos y las canicas y los juguetes del NODO. Obviando el hecho de que uno también debe hacerse postillas en el mundo digital. Preservar a nuestras criaturas de las pantallas y la sobreinformación, mal que nos pese, es hacerlos crecer en la disfuncionalidad y en la rareza. Querer criarlos en blanco y negro carece de sentido en un mundo de color. Un color que no nos convence, pero que a fin de cuentas es el color de este tiempo. Quizá eso me convierta en un mal padre, pero estoy dispuesto a soportarlo con tal de no convertir a mis hijos en niños burbujas.
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