QUEMAR LOS DÍAS
La gilipollez más grande
Para qué arder en el fuego, si mientras uno se apaga lentamente puede cantar en los bares con amigos y gente querida
Me cuenta una amiga que está preocupada porque, en conversaciones recientes con su hija, el suicidio es una palabra que aparece más de lo debido. La tranquilizo, es el sarampión de la edad, le digo, pero en realidad intento tranquilizarme a mí mismo: mis hijos ... también me cuentan, de vez en cuando, historias de amigos o conocidos que fantasean con la idea. El suicidio es una posibilidad rodeada de magnetismo para muchos adolescentes; la asocian a la idea de escapismo, de disolución, de acabar con todo, una acción radical muy propia del temperamento juvenil.
No hay ahora, pienso, más suicidas jóvenes que en nuestra época. Y el halo de prestigio se mantiene intacto. Esta semana, conocimos la noticia del exlíder del grupo One Direction, que con 31 años se arrojó desde un tercer piso. En el grupo de whatsapp familiar, mi hija compartió la noticia. «Pobrecillo —contesté—. Lo único bueno es que ya no publicará más canciones» (en cuestiones musicales suelo ser bastante implacable). Además, me atreví con una boutade: «Suicidarse a lo treinta y pico ya no mola. Hay que hacerlo a los 27, como Kurt Cobain y Jimi Hendrix y todos los grandes». Al instante me arrepentí del comentario, y lo corregí: «Aunque suicidarse en verdad es la gilipollez más grande». Mi hijo, poco después, añadió una frase: «Mejor arder en el fuego que apagarse lentamente».
La frase, claro, me trasladó al 8 de abril de 1994, cuatro días antes de que yo cumpliera los 18. Ese día, Kurt Cobain fue encontrado muerto en su casa de Seattle, con el cráneo destrozado por el disparo de una Remington. Su nota de suicidio se cerraba con la frase que mi hijo compartió en el grupo de whatsapp. También, como mi hijo, creí entonces que la frase pertenecía a Kurt Cobain. Y también, como mi hijo, sentí fascinación por el gesto y el mensaje. Pero no era de Cobain, le aclaré. Porque a Nirvana le debo muchas cosas, y una de ellas fue conocer, a través de la nota de despedida de su cantante, a Neil Young. La frase pertenece a uno de los temas míticos del canadiense, «Hey, Hey (My, Muy) Into the black», un alegato contra la vejez en el rock. Qué cosas: hoy Young tiene casi 80 años, y algunos de sus mejores álbumes los publicó cuando ya rebasaba la cincuentena.
Joaquín Sabina está de despedida, y lo hace con un tema llamado El último vals. Jamás creí que el ubetense llegaría a los 75 años. Estaba programado para arder en el fuego, pero en su apagar lento nos ha llenado la vida de canciones imborrables. Su vídeo final es conmovedor: canta apoyado en una barra americana rodeado de su gente más querida. En otro tiempo, me habría resultado un final patético. Hoy no se me ocurre uno mejor que ese. Para qué arder en el fuego, existiendo bares para cantarle a la vida y gente a tu alrededor que te escuche.