QUEMAR LOS DÍAS
Nos costará caro
Una sociedad que no cuida de sus mayores es una sociedad podrida
Vuelve mi mujer de la residencia en la que está Carmen, su madre. Viene con el rostro descompuesto, y evidencia de haber llorado, como siempre. ¿Sabes que ya han atado también a Dolores?, me dice. A los ancianos con riesgo de tropiezo los sujetan a ... las sillas de ruedas, previo consentimiento de los familiares. A Carmen, por ejemplo, no hubo más remedio: tuvo varias caídas, y en la última, de frente contra el suelo, por muy poco se abrió la cabeza. Pero Dolores era la más indómita de la residencia. La llamábamos, de hecho, la escapista. Cada vez que íbamos a ver a Carmen, aprovechaba la confusión para intentar huir saliendo por la cancela de entrada. Era rápida, la anciana; muy poca cosa, realmente un cuerpo consumido de huesos y pellejo, pero tremendamente ágil. De joven, habría sido la pareja perfecta para el Steve McQueen de La gran evasión.
Con los ancianos atados, todo es más fácil. Sobre todo, cuando solo dos enfermeros tienen que atender a más de una cuarentena de residentes. ¿Cómo es posible que tengáis tan poco personal?, le preguntó un día, indignada, mi mujer a uno de los enfermeros, al observar la situación de desbordamiento de la residencia. Topó con el enfermero corporativo, con el empleado del mes: «Si fuéramos más —contestó—, os tendríamos que subir mucho la cuota y os saldría carísimo».
Cuando visito a Carmen y contemplo el paisaje de ancianos sentados al sol, rumiando sus achaques en sus sillas, ansiosos por que una mirada de un visitante joven se cruce con la suya para alegrarles el día, o bien en silencio, con los ojos perdidos en el suelo, en realidad no veo vejez, decrepitud y miedo. Son un vergel de seres extraordinarios, un jardín de hermosas flores. Gracias a todos ellos, pienso, a su trabajo, a su dedicación, a sus décadas y décadas de esfuerzo, yo camino por las calles, me alumbro de las farolas, voy al médico o llevo a mis hijos al colegio. Ellos construyeron todo lo que vemos, todo lo que nosotros aprovechamos a diario, lo hicieron posible con su sacrificio, y lo que ahora les devolvemos es esto: un descuidado cementerio en vida, con una atención deplorable y una vida de migajas. Cuando salgo de ver a Carmen siento pena pero sobre todo vergüenza. Se nos llena la boca a la hora de reivindicar la sanidad y la educación pública pero jamás he escuchado esta defensa cuando nos referimos al cuidado de nuestros mayores. Nuestra sociedad del bienestar, esa con la que tanto algunos se llenan la boca, está incompleta sin la adecuada cobertura geriátrica. Pero el problema es de índole moral: una sociedad que no cuida a sus ancianos es una sociedad podrida.
No se me ocurre nada más abyecto que la mercantilización de la atención a la Tercera Edad. Eso sí que nos va a salir caro a todos como sociedad. Ya llegamos tarde para solucionarlo.