quemar los días
Mi Bellucci interior
Muchos desearíamos tener la genética de la actriz italiana, pero hay que conformarse con lo que a uno le toca
CUANDO, en una novela, uno lee que a un personaje se le «corta la respiración», la sensación de distancia es inevitable: el recurso del lugar común desenmascara a un narrador perezoso. Sin embargo, he de reconocer que a lo largo de mi vida ha habido ... algún momento en el que este tópico se ha consumado. Muy especialmente, dos: con Sharon Stone en Instinto Básico y con Monica Bellucci en Malena. Aunque en el caso de la Bellucci, siendo honestos, estos cortes respiratorios han sido recurrentes. No me pondré empalagoso para no aburrir, tan solo diré que la Bellucci es lo más parecido de nuestro tiempo a esos iconos eróticos atemporales —Loren, Lollobrigida, Magnani— por los que la generación de nuestros padres bebía los vientos.
Circula por redes un breve vídeo en el que muestran la evolución de la Bellucci entre los 27 y los 59 años, año por año. Cuando tenía 36, el año de su película Malena, estaba radiante, pero indudablemente ha ido ganando con la edad. A sus 48, que es mi edad actual, está mucho más interesante que a los veintitantos. Pero es que a los 52, se muestra más atractiva aún.
Según un estudio publicado recientemente por la Universidad de Standford, el ser humano sufre dos grandes picos de envejecimiento en su edad adulta: a los 44 y a los 60 años. Como explica el estudio, en esos dos picos se producen cambios «dramáticos» en el organismo.
El vídeo de la Bellucci en redes no llega a sus 60, pero en su imagen de los 44 aparece hermosísima. Muchos desearíamos tener la genética de la italiana, pero hay que conformarse con lo que a uno le toca. Si me hubieran hecho a mí un vídeo similar, la evolución habría sido bastante deprimente. Pero eso es porque las imágenes no son capaces de mostrar el interior.
Hay días en que me siento viejo y achacoso. Hoy puede ser perfectamente uno de ellos: mi padre habría cumplido 77 años. Es su primer cumpleaños en el que él ya no está; a partir de ahora, cada año, seguiremos soplando sus velas en condicional: hoy habría cumplido tantos. Si hubiera estado vivo, habríamos salido todos a comer en familia, o cuando menos lo habría llamado para invitarlo a una cerveza.
Hoy podría ser uno de esos días en que uno se mira al espejo para cotejar los daños por el paso del tiempo. Días en que uno hace inventario de los achaques y previsión de los que están por venir. Sin embargo, prefiero ver el vaso medio lleno: la primera sacudida de la que avisan los científicos me sobrevino hace ya cuatro años, y no ha dejado demasiada factura. Si acaso, más canas y arrugas, pero también más conciencia de que los plazos se acortan y hay que exprimir aún más la vida. No hay excusas: saldré a la calle, brindaré por los 77 del viejo, celebraré mi Bellucci interior.
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