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La Alberca

La concejalía de grandes eventos

Es un contradiós que una ciudad con tantos acontecimientos no tenga una delegación dedicada a coordinarlos

Alberto García Reyes

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El servicio es una cosa y el servilismo es otra. Los sevillanos hemos sido históricamente muy serviciales, pero jamás serviles. Si algo tiene esta ciudad es personalidad, eso que llaman idiosincrasia, para ser independiente. Somos indolentes, es cierto, pero de ninguna manera entreguistas. Si Sevilla ... está frenada por la desidia es porque a veces el chauvinismo, que es siempre injustificado, ha vencido al orgullo, que es siempre necesario. Y en ese conflicto interno nos hemos dejado la puerta entornada para que se nos cuele el exceso. Las horterísimas despedidas de solteros y de solteras que empezaron a ponerse de moda en nuestras calles como destino de grupos desmadrados de otros puntos de España fueron el origen de un descuido generalizado que estamos pagando ahora. Las últimas finales de competiciones futbolísticas han vuelto a abrir el debate. Pero ahí discrepo. Lo más fácil es señalar a los forasteros como unos salvajes, ya sean alemanes, escoceses o bilbaínos. Y eso no es verdad. Los aficionados del Athletic que han viajado este fin de semana a Sevilla para el partido de la Copa del Rey han tenido un comportamiento ejemplar si se compara con el nuestro propio. Han dejado las calles sucias, sí; han bebido fuera de los bares, sí; algunos han orinado en esquinas, también. ¿Y? ¿Cómo dejamos nosotros el suelo después del paso de una cofradía? ¿Tenemos conciencia de la cantidad de puntos con macrobotellón que hay en la ciudad cada fin de semana? ¿Huele peor hoy en los callejones del Centro que la semana pasada? La única diferencia es que durante unas horas hemos tenido la zona monumental abarrotada de camisetas rojiblancas, lo que nos ha permitido distinguir la procedencia de la masa. Y la otra diferencia es la vara de medir municipal: al guiri se le permite todo aquello por lo que se multa al sevillano. Estos eventos dejan mucho dinero en la ciudad, renunciar a ellos sería darse un tiro en el pie. Pero ha llegado la hora de que tracemos bien la línea que separa el servicio de la servidumbre. Hay que organizarse bien.

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