NI SANTA NI JUSTA
Qué sabe el inglés de Inglaterra
En Sevilla solo son unos 340 intrépidos los que a diario visitan Itálica
La tilde la delatará, pero Núria, nuestra profesora de Latín, era catalana. Cuando la clase se disgregaba y las de Letras debíamos reformular la agrupación, sin interferencias numéricas de las futuras estudiantes de Empresariales, nos guarecíamos en los laboratorios. En ocasiones, cuando las bajas eran ... tantas que ocupar un aula completa habría revelado un pecado de elevadísima ambición, la profesora nos pastoreaba hasta una sala de reuniones. Sentadas como gallinas en los sillones, con la ligera sensación de ser las elegidas, pues mientras nosotras ejercíamos de detectives de las palabras y comenzábamos a sospechar que la autoridad solo emana del respeto y que, por ende, para ganársela lo primero a lo que se debe renunciar es a la fusta, un día confesó lo que tantas otras veces escucharía después en los labios de los forasteros: en Sevilla, dijo, no es fácil hacer amigos. Sí era sencillo, advirtió, llevarse bien con el sevillano. Integrarse en su pandilla, cenar en su casa, visitarlo en la playa o lograr pasar unas horas con él en su caseta se convertía, para el que llega solo, en tarea complicada.
Fue también Núria quien una mañana de Bachillerato decidió meternos en una furgoneta (conscientes, sin cuerdas en pies y manos y con permiso paterno en la carpeta) y llevarnos hasta Itálica. La mayoría, con dieciséis años, conocía el lugar de oídas, como a un tío abuelo lejano. Habíamos visto camisetas con aquel nombre y éramos conscientes de que se encontraba a las afueras de la ciudad. Pasamos el día admirando los mosaicos, husmeando por el anfiteatro y fantaseando con la villa romana que cada una se mandaría construir entre cipreses. A la salida, si la imaginación no se ha impuesto a la memoria, tradujimos algunas frases antes de volver al colegio. Solo faltaba Robin Williams arengando tras una corbata de rayas.
El director del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid o la directora del Instituto Central para la Arqueología de Italia han avalado la candidatura del yacimiento andaluz como Patrimonio de la Unesco. Si consiguiera el título, la cuna de Trajano y Adriano obtendría un reconocimiento parejo al de Pompeya. Hacia el conjunto arqueológico italiano se enfilan cada día casi diez mil personas que esa misma tarde regresarán a Nápoles ensardinadas en un trenecillo metálico con cara de decepción. No han encontrado lo que buscaban. Sin recordar que los mosaicos se esconden en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, al turista el sudor pompeyano lo puede amargar. En Sevilla solo son unos 340 intrépidos los que a diario visitan Itálica. Natural. Se llega antes a Córdoba. A diferencia de los 40 minutos que se debe esperar para cerrar en tren los 26 kilómetros que separan el centro de Nápoles del de Pompeya, el transporte público sevillano exige casi una hora completa para recorrer los 12 kilómetros que hay desde la Puerta de Jerez hasta Santiponce.
Las legañas solo se las ve a uno el de fuera. Que cierre la puerta Kipling: «¿Qué sabe de Inglaterra el que solo conoce Inglaterra?».
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