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NI SANTA NI JUSTA

Cuestión de tiempo

La Virgen de la Esperanza de Triana daba pasitos contenidos con la Catedral tras su palio

Charo Lagares

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Me preguntaron cuál era la experiencia más bella que había vivido y en lugar de quedarse en blanco, como acostumbra, el cerebro dio un respingo. Algo había registrado con ese título en los últimos años. Rebusqué a tientas, porque, como dicen por ahí, las neuronas ... encargadas de rescatar los recuerdos son como un perro bobo al que le lanzas una ramita y te trae de vuelta un calcetín. La memoria no me entregó, en efecto, del todo lo que le había solicitado. Me lanzó al otro lado de los párpados, donde se pone en pie el recuerdo, una acepción ajena de la belleza. Durante una Navidad reciente, en una ciudad del norte, me acerqué a la iglesia local, convento y destino nacional de peregrinos. Las puertas estaban abiertas y el templo vacío y levemente iluminado, aquí y allá un velo de luz tostada, casi a oscuras de tan chatas las paredes. Rodeé los bancos y cuando hube alcanzado el transepto, las notas de un órgano vibraron en la piedra. Busqué al músico con la mirada y no lo encontré. Desde abajo, en el coro solo se adivinaba la figura entrecortada de Jesús en la cruz. La imagen, hermosísima, condensaba una belleza que no agrandaba el alma, sino que la paralizaba, la hacía temblar y encogerse. La exponía a una grandeza lenta y temible.

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