LA TRIBU
Se está yendo
Todos los días, al mirarse en los espejos de la luz, nota que se le va yendo lo que parece la mejor edad
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Viento, sol y tiempo. Y galopa la madurez. El temblor de la flor es ahora latido del fruto. La niñez se perdió en la rama o en la mata, y es la hora del campo que empieza a hacerse mayor, a carraspear como un adulto, ... a tener andares de hombre. «…Hoy se está yendo sin parar un punto…». El campo, como Quevedo, es «…un es cansado…». Ya no tiene aquella alegría de la juventud floral de las tardes de brisa y colores, adolescencia del verde y pubertad del almendro. El olivo ya sabe contarse los frutos, y el naranjo, y todos los frutales. La espiga barrunta ya la tahona y, bajo tierra, la echadura de las papas engorda y pide luz.
El campo viste ya ropa de persona mayor. Todos los días, al mirarse en los espejos de la luz, nota que se le va yendo lo que parece la mejor edad, aunque no siempre lo sea: hay muchos frutos que mejoran a la flor que les abrió las puertas de la vida. Como en la vida humana, no siempre la edad temprana es la mejor, que hay veces que la madurez le enmendó la plana a la juventud y gracias a eso se salvó. No siempre «cualquiera tiempo pasado fue mejor». El campo ve que va yéndose porque está viendo que todo se le viene. Ya no nos acordamos, pero ayer, una tarde que no podíamos adivinar, en un patio, ante un espejo, con otra persona, ante un paisaje deslumbrante, en una reflexión, descubrimos que ya no éramos adolescentes. Y así, otro día, cuando nos creíamos en plena juventud, algo nos señaló que ya no éramos tan jóvenes. Así está el campo.
Todavía se acuerda el almendro de sus últimas flores, y el olivo de la nevada de su trama, pero más les vale no mirar atrás, porque la realidad es frutal y les cuelga de sus ramas, y han de hacerse a ella, y cuidarla, y vivirla. Y darla. Si decimos que la arruga es bella, también lo es lo pajizo del campo, lo que empieza a secarse y lucha por mantener los últimos verdes del ayer cercano, las últimas flores que van deshojándose. Ya quisiéramos nosotros ser como el campo, que, si bien tiene muy cortos los ciclos de su vida, todos los años renace. Iríamos felices a la senectud, si supiéramos que tras ella viene de nuevo la vida.
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