LA TRIBU
El vino
Sí, en el vino está la verdad. Y esta gente que ha trabajado el campo para ofrecernos su cosecha, también
Hay pueblos del Condado huelvano que tienen un cuarterón de sevillanos, en su caserío, en sus costumbres, en su alma. La vecindad con pueblos de Sevilla los agrupa en un hermanamiento cuasi inevitable. De estos pueblos, hay dos que destacan sobremanera, Hinojos —que fue sevillano— ... y Chucena. Si el primero seduce con una celebración del Corpus única, el segundo se nos hace todo bodega cuando el otoño empieza a darle maneras al mosto. Chucena es lugar de muchas peregrinaciones aljarafeñas para comprar un mosto especial, que si bueno lo tiene la cooperativa, bueno lo tiene Serafín Guzmán.
Los pueblos del Condado están más en el campo que muchos pueblos, se dan la mano las viñas, los olivares y los calmos con las primeras calles asfaltadas, y son pueblos limpísimos, luminosos, amables, serenos. Y el campo, un perfecto equilibrio. Chucena tiene un canto de viñas a su alrededor. La zalema que allí se cría vive en la cepa un tiempo de hermosa naturaleza vinícola, y cuando agosto o septiembre, según se venga el año, empiezan a pedir vendimia, va dejando en los lagares la gloria de los racimos. El vino es hermano del aceite en maneras de nacer. Por más turbio y sucio que el vino salga del lagar, el vino está ya ahí, en ese caldo aún recién nacido, como niño al que aún no han lavado tras el parto. Si al niño aún sin lavar le late dentro la vida, a la uva recién pisada le late el vino. Han pasado tres meses, llegó finales de noviembre y el mosto tiene ya cara de venir solo a la mesa, con toda su riqueza, despojado ya de la turbieza septembrina o agosteña. Y en un patio entre una casa de pueblo y un corral de labranza que acaba en lagar o en bodega, según la puerta que tomemos, gente buena, muy buena gente, chuceneros que nos convocan, que, tan machadianamente «donde hay vino, beben vino» y, desde siempre, «laboran / sus cuatro palmos de tierra.» Vino, palabras, viandas, y el cura con estola y oraciones que se acerca a bendecir —¡no es para menos!— la cosecha, a dar gracias a Dios, por más que Baco ande entre botas. La bodega de Serafín está bendita, de oraciones y de olores. Ese olor es de vino y divino. Las botas, empapado su duelaje, huelen a la gloria del vino. In vino veritas. Sí, en el vino está la verdad. Y esta gente que ha trabajado el campo para ofrecernos su cosecha, también. «Son buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan…»
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