la tribu
El verde maduro
La aceituna de verdeo dejaba en el aire una sensualidad flotante, una carnal brisa
Si haces memoria del verano que empezaba a irse con brasas al mediodía y amaneceres fríos, te vas, inevitablemente, a los cerros donde verdeabais manzanillas y, para el almuerzo, con la tortilla de papas te encontrabas en la fiambrera con las primeras moradas -pintonas- machacadas ... y aliñadas, ese sabor único de las primeras aceitunas que se entregan al mordisco con un punto de agradable amargor. Cogías aceitunas y comías aceitunas del mismo año. Todo eran aceitunas por todas partes, todo era verdeo.
El verde maduro de la aceituna de verdeo dejaba en el aire un olor a incorpórea muchacha, una sensualidad flotante, una carnal brisa que te arrastraba como un celo no vivido. Por la tribu, entonces, coincidían, camino del campo al pueblo, dos verdes maduros que viajaban en angarillas forradas con tela de costal o en serones que chorreaban como una ambulante y precipitada prensa: el verdeo y la vendimia. Las aceitunas, camino de las mantas; los racimos de uvas, camino de los lagares. Si en las primeras esperaban romanas, espuertas y manos de mujeres que se movían por la mesa de escogido como por un mármol donde barajaran fichas de dominó, en los segundos aguardaban los descalzos pies de los pisaores, aquella labor asistida de tabarros insistentes y, en una atmósfera espesa, dulzona y pringosa, de un olor a aire borracho. El verde maduro de la aceituna de verdeo y el verde maduro y sabroso de los racimos que los chiquillos procurábamos tras las arrias que los transportaban por las calles que quedaban señaladas de olor y de moscas durante los días de la vendimia. En el tajo, en el origen del verdeo y de la vendimia, qué mimo tenían las manos ordeñando las aceitunas sin dañarlas, aquellos ramos hermosos, y sosteniendo en la mano los racimos y, de tarde en cuando, si todavía era temprano, morder cuasi con dientes de pecado las uvas que aún conservaran el fresco de la noche. Calor infernal en el campo, en cuanto el sol descubría a los ordeñadores y a los vendimiadores, que no tenían más salida que el achicharramiento solar. Por más que la memoria se emocione al evocar el verde maduro de aceitunas y racimos de uvas…
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