LA TRIBU
La travesía
Para preservar nuestra salud, quizá sería bueno una jornada de reflexión que durara desde hoy hasta el 23
La que nos espera no es chica. De aquí al veintitrés de julio, Santiago de mi alma, vamos a conocer más estrategias que en un siglo de guerras. Si por pan baila el perro, por poder, el hombre es capaz de todo. El poder es ... como una herencia que todos quieren hacerla suya, como si no supieran que hace falta abrir el testamento y ver las condiciones que se presentan entre albaceas y otros puntos más o menos claros, más o menos oscuros. El recuento de los votos de las urnas tiene mucho de lectura de testamento, y por eso hay tantas sorpresas, y tantas decepciones, y tantas alegrías, y por eso a veces hay broncas y aun llegan a las manos algunos interesados. «Dios asista a mis herederos», escribí una vez que hablaba de mis íntimas pertenencias, regalos únicos y especiales, libros dedicados, epistolarios de amor o álbumes de tiempos muy idos de gentes que ya no están en mi vida desde hace muchos años –«…que al muerto y al ausente, / ni la fotografía más ferviente / ni las cartas lo sacan del olvido…», dijo Hernández–, estilográficas, relojes, cartas de poetas… Ojalá Dios asista a mis herederos, para que acepten lo poco que voy a dejarles y lo valioso de lo que quizá considerarán de poca importancia. Dios nos asista también al pie de las urnas, para aceptar la voluntad de la mayoría. Pero de aquí al veintitrés de julio, larga travesía de conspiraciones, bandazos, mensajes subliminales, posturas, propaganda muy bien estudiada, actos muy bien pensados, cabreos, y miedo, mucho miedo, porque el poder es como el dinero, muy miedoso.
Para preservar nuestra salud, quizá sería bueno una jornada de reflexión que durara desde hoy hasta el 23. Haría falta lo que hacíamos cuando de niño íbamos a la comunión, un largo examen de conciencia. Si entonces nos apartábamos, arrodillados, a un rincón de la iglesia, aquí quizá sería bueno alejarse de todo y de todos, pensar bien lo que tenemos, lo que nos falta, lo que queremos tener y lo que no nos convendría tener. Pensarlo muy bien, concienzudamente, sin injerencias de nada ni de nadie, que ni de un lado ni de otro -ni de otro, ni de otro, ni de otro- vinieran a soliviantarnos la voluntad, a querer cambiarnos. Pensemos. Votemos con la cabeza, no con las tripas. Pensemos bien qué nos conviene a todos, porque sólo pensando en el bien común podremos tener tranquilidad de conciencia. Mucho me temo que la travesía hasta el veintitrés de julio será dura –por pesada, por interesada, por sesgada, por bajeza y por mucho más–, muy dura. Y nos cansará, nos aburrirá, nos causará hartazgo, ganas de no ver a ningún político, una alergia de urnas, de papeletas. De todo. Será dura la travesía, y no será el calor lo que la haga más dura.
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