LA TRIBU
Tabaco
Dio pan el tabaco entonces, aunque hubiera que pelear con las plagas
La desconocida belleza foliar de las matas imponía en aquella vega donde, hasta entonces, en el verano temprano había mandado la elegante marcialidad del maíz. Llegó el tabaco de riego y organizó el calmo para recreo de sus gigantescas hojas, que dejaban al roce una ... narcótica sensualidad. Cuando a las matas empezaron a asomarles las tubulares flores amarillas, el tabacal era, al lejos y al cerca, la más hermosa expresión de lo verde.
Iban mujeres y niños a quitar nietos al tabacal, que si la raspa sólo tenía faena de hombres -siega, gavillas, garberas, acarreo, trilla y avienta-, el maíz y el tabaco admitían manos más suaves, aunque a veces el trabajo era igual de duro en la escarda, la deshermana, la descamisa y la desgrana. A quitar nietos iban al tabaco, como iban al maíz y al algodón a deshermanar, ese rico parentesco de la agricultura que lo que son nietos en unas plantas son hermanos en otras. Cuando recolectaban el tabaco lo llevaba a los secaderos, aquellas grandes naves de construcción intencionadamente agujereada, y allí, colgados como embutidos, tras el tiempo de secado iban a las manos de las mujeres que, sentadas en el suelo, lo enmanillaban. Las mujeres, para no dañarse las manos, se colocaban tiras de trapo a guisa de himantes de los boxeadores griegos, de tal forma que les quedaran libres los dedos para la manipulación, como rudos mitones de jornaleras. Dio pan el tabaco entonces, aunque hubiera que pelear con las plagas —todavía recuerdas a aquel hombre que sólo sabía hablar de la preocupación por el «mono azul», en verdad, moho azul—, aquel hongo que podía arruinar la plantación. Has visto tabaco en la vega de Granada, y en las frescas y verdes vegas extremeñas, y siempre esa imagen del tabacal te llevó a la vega de tu infancia, cuando el tabaco llegó mandando en las plantaciones. Una mano con cloroformo parecía taparnos la boca cuando nos metíamos en un secadero lleno de plantas recién colgadas, y algo de asfixia producía bregar con las sacas dispuestas para mandarlas a la central de recogida. Pero agradecerías ver aquellas vegas de abundante riego —y que el río fuera el río— donde levantaba su belleza verde la hermosura de un tabacal…
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