la tribu

Siembra total

Pero no era completa esa luz, por más hermosa que fuera. Algo le faltaba. Y llegó lo que le faltaba: llegó la lluvia

HAN sembrado la luz en la besana. Granos de luz fueron cayendo al surco, como un maná divino y silencioso. Y ya andaba la luz recién nacida, levantando su gracia en el sembrado. Era la luz la flor de la mañana, una rosa intangible y ... olorosa. ¿Por qué la luz iba tan decidida, sin temor a solanos ni a los yelos que se echan en la tierra por la noche para secar al alba cuanto tocan? La luz, qué confiada, qué segura. Un aire de imprudencia la movía, un aire de pueril atrevimiento. Y a esta luz, ¿qué le da tal fortaleza, que parece vestida de armadura? Un volunto, un barrunto, una voz vieja… Algo que le ha sonado en el adentro; algo que le ha prestado valentía.

Siembra de luz, bellísima y fría siembra de luz. Bajo los celestes helados del enero, la luz creciente iba sembrándose, lentísima, en los surcos abiertos y expectantes. La luz, ese grano de oro, era siembra, sí, pero siembra incompleta. Faltaba el abono que, en el mismo golpe del grano, debía caer para la sembradura deseada. Faltaba la lluvia. Con la escasez que acostumbra, cuasi por alambique tantas veces, renuente, desganada, la lluvia vino y supo a diluvio, de tan celebrada allí –aquí en el campo– donde sus visitas tardan tanto. Entonces sí que fue la siembra, la doble siembra de agua y luz, que la lluvia tiene una luz única, suya, la luz líquida que se derrama para iluminar todo lo que de vida asoma o se esconde en el campo. Perfectamente iluminado, el campo, ahora. Era hermosa la luz ceñida de enero, sí; que todo lo encendía, que metía sus brillantes y dorados hilos por todas partes, como una necesidad contra las sombras. Pero no era completa esa luz, por más hermosa que fuera. Algo le faltaba. Y llegó lo que le faltaba: llegó la lluvia. Después, cuando la lluvia haya bajado todo su cortinaje y haya penetrado donde tenía que penetrar, veremos sobre el campo el majestuoso espectáculo de la luz total –ahora sí–, que hará de las tierras y de las arboledas la más transparente belleza ante la que estuvo el hombre. Porque la luz que viene tras las lluvias es una luz que no tiene competencia. Y esa luz, luz que tiembla en el aire más límpido, al caer consigue –ahora sí– la más completa siembra, porque se clava allí donde la lluvia ya le abrió huecos para que las dos, luz y agua, consiguieran la germinación más maravillosa. Por eso el campo, ahora, se acuerda del último día del Génesis.

talhara2023@gmail.com

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