LA TRIBU

Sanfermines

Alberto, Pedro, Santiago y Yolanda saben que los encierros que están obligados a correr no serán siete, serán más, durarán hasta las veras del veintitrés

Dudas, reflexión, preguntas… Cada día es un encierro de horas en punto y en puntas. Principalmente, cuatro corredores salen todos los días, empujados por la voz de las encuestas, a meterse, calle abajo, entre las astas de la nunca adivinada embestida de los toros del ... tanto por ciento. Los cuatro mozos corren, con el periódico del día en la mano, enrollado, con la última intención de los ciudadanos que los observan mientras tratan de conseguir el primer lugar sin haber caído durante la carrera y sin que el medio paréntesis de un cuerno les deje entre subalternos de la Cruz Roja.

Alberto, Pedro, Santiago y Yolanda saben que los encierros que están obligados a correr no serán siete, serán más, durarán hasta las veras del veintitrés, y hasta última hora, cuando se abran los chiqueros de las urnas y salgan votos con una decisión u otra, no se sabrá quién será el triunfador, aunque estos sanfermines de la política española tienen más interés en conocer la cara de los perdedores que la de los triunfadores. Algo está pasando, que parece que ya no está en juego el nombre del ganador, sino del perdedor. O será que, tal como nos los muestran, nadie está preparado aquí para perder, o no estamos preparados nosotros, los votantes, para recoger en los brazos el cuerpo exánime de un perdedor, sobre todo si es de los nuestros. Julio cabalga caliente y presuroso, sobre un potro de fuego, con ciertas certezas en la voz y muchas dudas aún en el paso, reflexivo y como si guardara una última y decisiva carta –mejor, un voto– en la bocamanga, con la que dejara al respetable con cara de póker, incrédulo, en la hora final de los resultados definitivos. Julio se vendrá triunfante para unos y perdedor para otros, por las veras de Santiago, patrón de España, y nadie sabe todavía quién hará del botafumeiro de la noche electoral un péndulo de incienso que sahúme las calurosas naves julianas de un país que necesita una sola voz de canto que aclare esto, que nos tienen mareados con tanto hacer, tanto prometer y tanto tratar de asustar, que ya saben que aquí se nos da muy bien eso de vestir de limpio al otro, contar lo peor de su vida, mientras el tiempo pasa y nadie se entera más que de las ofertas de las rebajas de julio que ya darán la cara a partir de septiembre, cuando descubramos que una cosa es predicar y otra muy distinta dar trigo. Julio es la calle Estafeta del verano electoral, y por ella corren que se las pelan cuatro candidatos que destacan mucho entre el encierro de los días, locos por adueñarse de la plaza, indemnes. Es una carrera, al fin, una carrera que podríamos llamar de quince días toros. A ver quién aguanta, quién cae, quién adelanta… Y nosotros esperando no tener que entonar el pobre de mí.

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