LA TRIBU

El río

Ya sé que no es tierra, ni puedes sembrarlo, pero es campo, fue campo durante muchos siglos

No, ya sé que ahí no se labra, y que las cosechas que da –que daba– se extraían con anzuelos y tanzas, no con las herramientas habituales que se necesitan para recolectarte a ti. Ya sé que no es tierra, ni puedes sembrarlo, pero es ... campo, fue campo durante muchos siglos, y vivo con la esperanza de que vuelva a serlo algún día, cuando las lluvias se aquerencien contigo y los hombres sepamos administrar la escasez. El río no es haza de nadie, aunque su cauce trace a capricho su paso entre tierras de todos. El río, de todos y de nadie. Digo aquel río. Hoy, esta pena que agoniza en turbios puntos suspensivos de charcos, no es el río que te hizo, no es el río que se te hacía socorro en verano, por duro que fuera el estiaje. Siempre tuvo para ti un poco de agua, como la tuvo para los cabreros, pastores, vaqueros, porqueros…

No es tierra, no, pero es tan campo como tú, campo. Estas vegas que hoy muestran un triste perfil en los secarrales que deja la sequía y el paso habitual del verano, este verano por el que julio va convirtiendo en brasas los terrones; estas vegas, te decía, fueron el campo que fueron gracias al campo del río. Tabacales, maizales, algodonales, aquel esplendor del campo de cultivo cuando julio todavía estaba sacudiéndose el tamo de la avienta en las eras y los pollos tomateros se daban al gran convite de granos y lombrices, fue gracias a ti. Ni el maíz habría tenido las mazorcas gordas y con la dentadura de granos completa, altos los penachos que acabarían desmochando las hoces a la hora de descopar; ni el tabacal habría tenido hojas para tapar el sueño de un mulo echado; ni el algodonal se habría venido por el veranillo muerto con aquella nevada caliente del sur, si el río no se hubiese entregado como se entregaba, ama de cría de la sed lactante de tus criaturas. Río que lo mismo llenaba albercas que cantarillos de jornaleros; que lo mismo se ofrecía, donante, a la aguja de las mangueras de los motores, que se hacía playa dulce y serena para el recreo del baño vespertino e inolvidable. El río, aquel río. El mismo río que hoy se pone a tu lado, campo, para pedir a dos voces una limosna de manantiales. Y sabe, como tú, que los milagros, si existen, están muy lejanos…

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