LA TRIBU
Tu prole
Flores y frutos alegran la Creación, y una luz caliente cruza el día con detalles de brisa
No rezonga la tierra, como ayer, cuando por más hondas que metiera sus manos jamás volvía a la superficie con una prueba de humedad. De momento –en el campo nada es definitivo–, se acabó la ruinera. Ya no hay que engañar con serrín donde ayer ... faltaba afrecho. Las raíces tienen alimento suficiente. El abril que conculca sembrados y yerbazales va dejando la gratitud en cada pisada. No es para menos. Se fueron –de momento– los días camanduleros que vendían embustes como lluvias, cuando nos pintaban nubes lejanas y aventaban la tarde con abanicos de mentira. Ahora, el campo es una verdad rotunda, pletórica. Única.
Recuerdas cuando, allá en la era, un día las gallinas cluecas desaparecían de los alrededores del sombrajo y la choza, y creías que se habían ido para siempre. Otro día, tu padre te dijo que ya sabía dónde iban a guardar sus huevos, entre las pitas del macho, allí donde le cuesta abrirse sitio a cualquier yerba. Pasaban los días y una tarde aparecían las gallinas por la era, cada una con su pollada detrás, pequeñas pelotillas peludas, piando por comida o por calor materno, y la madre, alerta, pendiente, por si en el cielo planeaban milanos. Y poco a poco ibas viendo cómo las gallinas sacaban de culero a sus hijos, que, como los chiquillos, iban atreviéndose con la independencia. Así, este campo que miras. La prole verde de la tierra es un canto de vida. Todo ha sido –y aún va siendo– una connotación filosófica, desde la mayéutica de la lluvia a la entelequia de la semilla. Te miro ahora, campo mío, y me acuerdo del aforismo de Tagore: «La vida se nos da, y la merecemos dándola». Así es: el agua te dio la vida y tú la mereces al dárnosla. Todo es generosidad, todo entrega. Flores y frutos alegran la Creación, y una luz caliente cruza el día con detalles de brisa que lleva cadenetas de olores eternos. Madre feliz, la tierra, echada para aliviar su cansancio, sigue dándole el pecho a sus hijos y cuidando de que no se les tuerzan. Qué hermosa y paradigmática maternidad. Campo de abril que mayea en algunos tercios del día, milagro familiar de la lluvia, la tierra, la semilla. Qué bendita prole agradecida te crece y te abraza, Pachamama...
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