LA TRIBU
El paraguas
Ser pobre no es ninguna desgracia, pero es muy incómodo
En Villamanrique sostienen que el que no tiene dinero no puede ni discutir, porque si en la discusión va una apuesta, no puede apostar. Llevan razón; tanta como la copla flamenca, más cruel: «Hombre pobre huele a muerto, / a la joyanca con él, / que el ... que no tiene dinero, / requiescat in pace, amen». Ya te dije una vez que ser pobre no es ninguna desgracia, pero es muy incómodo. Y es incómodo, sobre todo, cuando nos vienen dadas contrarias y hay que solventar como sea, sacando de donde sea, o entregándose al enemigo. En este caso, el enemigo son dos subidas que les pillan a los pobres. Este término, el de pobre, puede que no nos agrade a muchos, pero somos muchos los pobres que no queremos reconocerlo, y a veces, para despejar la duda y quedarnos tan felices con que somos de clase media, echamos unas monedas en la bandeja de la misa o damos algo por Navidad. Tu recordado amigo Anselmo Arnaiz lo decía muy bien, y se quedaba tan tranquilo: «Soy de familia pobre venida a menos». Pues así, hoy, muchos, muchos.
Más de una vez hemos oído la frase de Twain «un banquero es alguien que te presta un paraguas cuando hace sol y te lo quita cuando llueve». ¡Y está cayendo una…! Nos creímos, tan ingenuos, que los mostradores bancarios, de bancos y de cajas de ahorro, eran mostradores de Cáritas que estaban deseando hacer algo por nosotros, y nos animaban a pedir más, pida sin miedo, ¿no necesita, además del dinero para comprar la casa, comprar unos muebles o renovar el coche? Pida sin miedo, que la hipoteca que le vamos a dar es de un interés tan bajo que casi le regalamos el dinero… Lees que han subido el salario mínimo, y te preguntas dónde; y lees que ha subido el número de parados y lo sabes porque cerca de ti hay brazos recientemente caídos; y lees que han vuelto a subir los intereses y eso significa que vuelve a subir la cuota de la hipoteca, ¿dónde?, en ti mismo. Y vas al banco a pedir que te alarguen el plazo y te dicen que ya tienes el máximo. Y te acuerdas de aquella palabra que te engatusó: variable. Era atractiva, sí, porque a lo mejor pagabas un tres por ciento, pero en poco tiempo –«al ritmo que va esto, será lo normal»- pagarías un uno o un medio. Y mira el chaparrón que está cayendo, y tú sin paraguas. Rezando más que cuando te preparaste para la primera comunión, pidiéndole a Dios que no te vaya a fallar el trabajo, ni a tu mujer, y que los niños no se pongan malos. Éramos pobres, pero en cuanto pudimos vestirnos -como el niño de Juan Ramón- con colores chillones que parecían de clase media alta, nos creímos ricos: «¡Ea, yo parezco un niño rico…!» Y no era verdad. Somos pobres y, además, no sabemos dónde encontrar un maldito paraguas, con la que está cayendo…
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