LA TRIBU

Otoñada

El otoño guarda secretos que tú no conoces, porque para ti no hay más mundo que el asfaltado

EL único campo que ves es el de fútbol, acorralada parcela de césped —«…el alpiste de tiza galonado», que dijo Hernández—, y por ahí, por ese verde camino no puedes hacerte cargo de lo que es el campo de verdad. Para entenderlo, no te valdría, ... ni a ti ni a nadie, hacer un curso acelerado. El campo tiene que estar en uno casi desde que nace. Y no sólo entender de él y pasearlo, sino sufrirlo, sentirlo como el propio cuerpo, con todas las alegrías y todas las penas. Por eso, cuando te eches a hablar del campo procura hacerlo siempre con el que tiene su vida clavada en la tierra desde niño, que, por más que luego pasara de bracero a propietario, el dolor del campo —el campo es un hermoso dolor, una herida que da alegrías y pesares, que llora y ríe. Una herida de amor- es necesario para entenderlo.

El único campo que conoces es el de fútbol, y los árboles —si es que alguna vez has observado alguno—, todos civiles, todos en mínima parcela de alcorque, o, como mucho, agrupados en algún jardín ajeno. Por eso crees que la otoñada es, sin más, el tiempo del otoño. Anunciado por las trompetas en celo de los ciervos, el otoño guarda secretos que tú no conoces, porque para ti no hay más mundo que el asfaltado. En estos días de temperaturas suaves mientras llovía y tras las lluvias, la otoñada ha empezado a hacerse, y eso es otra cosa. Para entenderlo tendrías que haber pisado el campo de muchos otoños al pie de hombres que saben del campo y lo sienten. La otoñada está ahí, escribiéndose ahora, con tinta verde, en el cuaderno de la tierra. La han hecho posible dos elementos milagrosos, el agua y la temperatura. Mira cómo van engordando los frutos —naranjas, aceitunas— con la lactancia de la lluvia, y mira en el suelo cómo han despertado, están despertando, las semillas dormidas. Se han despertado al grito del agua y del calor. La otoñada es ya esa belleza interminable de la vida renaciendo —ese sueño del hombre— en el mismo lugar de siempre. Tú sólo sabes si llueve o hace calor, o frío, o si truena, o ventea, asomado a los cristales del coche o del piso. Pero la otoñada es otra cosa infinitamente más importante, más necesaria. Tendrías que llevar el campo en la sangre para distinguirla donde de verdad asoma. Vete al campo, pregúntale a alguien de la tierra qué es. Y disfrútala, que la de este otoño es una locura.

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