LA TRIBU
Olvido
Es agradecido con todo, el campo. Con el tiempo y con los hombres, aunque se olviden de él
Cuatro gotas, como quien dice, y el campo se ha venido arriba. Todo lo que depende de la lluvia tiene otro aspecto, como niño de pecho que, ahíto, se queda dormido con el pezón de su madre en los labios. Parece satisfecho, el campo; y ... no lo está, pero es su gratitud, su forma de convertir lo poco en abundante, su forma de agradecer. Te acuerdas de la letra de la soleá: «Un cacho pan le di a un pobre / y me bendijo mi madre; / pa una limosna tan chica, / qué recompensa tan grande».
Es agradecido con todo, el campo. Con el tiempo y con los hombres, aunque los hombres se olviden de él tantas veces, tantas, como si el campo fuera algo ajeno y menor. Hablas de los hombres de la política. Los has estado oyendo hablar de promesas y ninguno, que sepas, ha echado sus palabras al aire y en favor de la tierra. Son hombres —y mujeres— que se llenan la boca de parques, de caminos, de carriles, de espacios verdes, de adecentamiento de plazas y avenidas, de estar encima de las necesidades de nuestras mascotas, de proporcionar ayudas para las tecnologías…
Y del campo, nada. Olvido. No sale una voz que suene a tierra, con aliento de tierra, una promesa que se haga una con la tierra. Si acaso, hablan de arreglar caminos o de plantar árboles en las zonas urbanas, pero nadie dice nada de cursos para conocer la agricultura, de granjas para que los niños amen el campo, lo vivan y disfruten de jornadas con los animales. El campo, que nos hace mejores, merece un sitio entre las promesas, tantas veces vanas, de la gente de las tribunas de campaña. Hablan de transportes urbanos, de adecentamiento de calles principales, pero nadie pisa la tierra, nadie se compromete con quienes viven de la tierra —y por ella mueren— y que tanta vida nos dan con sus frutos. Olvido. No saben —o no quieren saberlo— que en el campo, en los calmos, en los olivares, en los bosques, en las dehesas, está la gran verdad del vivir en libertad y la gran esperanza en el mañana, para vivir y para alimentarnos. Olvido. Y el campo, jamás una queja. Y si tiene que morir, morirá sin señalar a nadie. Y si al hombre un día le da por acordarse de él por ayudarle, al campo no le cabrá en la boca la voz de agradecido. Y no se dan cuenta.
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