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la tribu

Un mosquito

El campo siempre tiene, como poco, un costado desnudo por el que al hombre le clavan los hierros del dolor, el calor, el frío, o un mosquito

Antonio García Barbeito

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Al final de la obra, en Bodas de sangre, dice la Novia: «Y esto es un cuchillo, / un cuchillito / que apenas cabe en la mano…» Y cierra la madre: «Y apenas cabe en la mano, / pero que penetra frío / por las carnes asombradas...»

Desvaretando olivos, ... o blanqueándolos hasta algo más arriba de la cruz con cal e insecticida, desde primeros de julio a finales de agosto, por el aire caliente, espeso e inmóvil mandaban bandadas de miles de mosquitos que llamaban orejeros. Los hombres, escobilla en mano y calabozo al cinto, antes de que el alba asomara su cresta ya se habían colocado, bien apretado y al modo bandolero, el pañuelo almonteño, la gorra o el sombrero. Había que poner defensa, cuasi vestirse para un duelo de esgrima en el que, desarmado, tratar de evitar los afilados floretes de aquella aviación inmisericorde. Empeño inútil: los mosquitos lo invadían todo, ojos, nariz, boca, cuello, brazos…, incluso las orejas: atravesando la tupida tela del pañuelo o colándose por resquicios diminutos, los mosquitos, avisando de su alado ataque con una agudísima trompetería, clavaban sus alfileres canallas donde ponían el ojo. El campo, siempre duro, tenía en la molestia de los mosquitos un añadido de penosidad. Sólo el Séptimo de Caballería del viento -una brisa de socorro, la marea- conseguía la retirada de la aviación enemiga. El mosquito le amarga la vida al hombre, y a los animales. Hubo quien vio a vacas tirarse de cabeza al río, huyendo de ellos. Como aquel cuchillito de Bodas de sangre, el aguijón del mosquito «penetra… por las carnes asombradas». El campo siempre tiene, como poco, un costado desnudo por el que al hombre le clavan los hierros del dolor, el calor, el frío, o un mosquito. Y ahora, además del aguijón, el peligro de contraer la fiebre del Nilo. En esta ocasión, el «cuchillito» se llama Culex pipiens y se mueve, y clava su rejón, por la zona donde se levanta el verde de los arrozales y la marisma cerca de Doñana empieza a pisar sus propiedades. Horror al agua estancada, al zumbido de una aviación mosquitera merodeando la cara, el cuello, los brazos… Pánico… Un mosquito nos atemoriza, nos gana el verano, nos amenaza, nos persigue en el campo y en el pueblo. Un mosquito. Y nos creemos alguien.

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