LA TRIBU
En la mesa
Tendríamos que darle al campo, diariamente, las gracias. Así como en muchas mesas se reza
El campo no hace más que ir de la tierra a la mesa, para servirnos, para darnos lo mejor que tiene, generoso padre, fámulo fiel, amigo, enfermero. El campo es esa alegría diaria que acude a nuestras necesidades primarias, en forma de huevo, de papa, ... de lechuga, de aceite, de fruta, de carne… Dices desde la tierra y también nos llega desde el mar, pescado fresco, o congelado, o en conserva. Tendríamos que darle al campo, diariamente, las gracias. Así como en muchas mesas se reza –«Bendice, Señor, estos alimentos que vamos a tomar en tu nombre…»–, en todas deberíamos decir: «Gracias, amado campo, amado mar, por darnos cuanto nos dais…» Que es algo así como rezar dos veces, si creemos que fue la Mano quien todo lo creó.
La sequía sigue. Cuatro gotas, algún chaparrón aislado, pero no ese cielo desflecado –¿para cuándo?–, esas nubes desgajándose de lluvias copiosas. A pesar de todo esto, de la ruina seca que padecemos, a la mesa de octubre llegan las manos del campo y del mar a alimentarnos, a darnos lo mejor que tienen. Hay sabores que nos dan la vida y nos devuelven la edad más lejana, la de los sabores primeros. Han llegado a la mesa, mandados por Paco desde Lucena, los mejores ajos del mundo. Y está el olorosísimo orégano que mandó Antonio desde Almonaster. Y han llegado, desde la sierra, las primeras castañas, esa imagen siempre grupal de las castañas, que si crudas, que si asadas, que si guisadas… Y recuerdas que crudas te las llevabas a la escuela y asadas las catabas, con las bellotas, en el calor subcinericio de la copa de cisco. ¿Y los moniatos? Como si la tierra diera terrones dulces… Sólo el olor, escapado del horno, ya grita su nombre en la cocina. Y han llegado las primeras escarolas. Y están, como tienen que estar y donde tienen que estar, las primeras aceitunas. Y para acompañar al queso en su tránsito, racimos de uvas dulcísimas. Y está, siempre en guardia, el aceite de la pasada campaña, pero conservado tal que parece recién molido. ¿Quién trajo lonchas de bacalao en aceite? ¿Y quién no las cata con unos gajos de las primerísimas naranjas que, picadas de la mosca, ya lucen amarillas y están muy dulces? Y melones, y endibias, y ya mismo, las primeras setas. El cielo no baja empapado, pero la tierra –menos mal– no deja de venir diariamente a traernos su alma. Bendita sea.
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