La tribu
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Las aguas que han venido como huidas de un diluvio te regalan una alegría única
Cuando el tiempo se venía de aguas; cuando poniente no dejaba de mandar arrias de nubes con las aguaderas puestas y el viento distribuía la faena de lluvia, el campo era un paraíso solitario al que no entraban ni las huellas del hombre ni las ... pezuñas más hechas al fango, que ni los percherones que tiraban de los trineos en los arrozales de la Isla se hubiesen atrevido a pisar las tierras que llevaban una semana bebiendo desaforadamente. Campo alagado, sembrado de charcos y de efímeras lagunas en los bajíos; campo que por las vegas se hacía todo río, que el desmadre fluvial rebosaba más allá de las huelgas y una sensación de mar roto zumbaba por donde se precipitaban las aguas, cegando alcantarillas, asfixiando gavias y sembrando el pánico en las huertas, donde los naranjos se empinaban para no ahogarse.
A salvo, desde los cerros o asentado entre raíles sobre balasto y traviesas, sin quitar ni el oído ni la vista de la vía, la molicie que te habitaba contemplando el cansado y quieto -o sonoro y huyente- espectáculo del agua tras los días de lluvia, sólo te la emparejaba la que sentías, tan niño entonces, cuando ibas de la era al pueblo en el carro, subido encima de los sacos de grano, trasunto de extraño mascarón de proa dominándolo todo a tu alrededor y adentrándote en las distancias; o bien, otro día, en el mismo carro, en el camino de ida, sentado en la rabera, tan feliz, viendo cómo se iban alejando casas, cercados y calmos. Aunque en el campo todas las imágenes son hermosas, la que regalaban las lluvias a la vega de tu vida nunca tuvo igual.
Por eso, ahora, estas aguas que se han venido como huidas de un diluvio y que se han tendido a jecho en todos los terrenos posibles, te regalan una alegría única, la inexplicable molicie que otras veces, algunas por razones tangibles, experimentaste con tan elevada satisfacción como cuando te entregabas al dulce abandono del silencio, no tanto por pereza como por ahondar en el misterio de las palabras. No es decible el asombro ante la toma de las aguas, el extendido dominio que vino con la aérea sorpresa de las lluvias y la infantería de las escorrentías. Y lo más hermoso, aun sabiéndolo todo ajeno, con qué aires de honrada propiedad va el hombre por las tierras que las lluvias han expugnado en menos de una semana.
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