la tribu
Otro hombre
El viejo labrador anda ahora por su reino disfrutando del tiempo holgado
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No, no es el mismo. Y está mejor que antes, es verdad, ya liberado —por propia decisión— de la labor diaria del huerto, los olivos, o de la anual de la almáciga y de andar intercambiando semillas, haciendo probaturas a ver si en esta tierra ... prospera esta que me han dado, a ver si sale como dicen que salen. No, no es el mismo. Lo miro así, fuera de aquel lugar que era como una prolongación de su cuerpo, de su voz, de su mirada, de su vida, y le falta algo. Sus manos, de tan hechas a las herramientas, a las matas, a los árboles y a los frutos, se le mueven como dos muñones desorientados, perdidos. Y está mejor, más descansado, con un ritmo de faena impuesto por el antojo o el capricho, que si aviar unas aceitunas, que si guardar fresco un buen mosto, que si a ver si vienes a probar una morcilla muy buena que me han traído… Pero no es el mismo.
Celebro verlo así, desocupado, con todo el tiempo para vivir sus años, que son muchos, atender a su familia, a sus amigos, a quienes se acerquen a verlo a su abierto cenobio. Lo celebro, pero lo miro y lo veo incompleto, por más que se mueva entre salmueras, cáusticas, ponederos, echaduras, alegría de los picos de plumas que saben que él llega siempre dando.
Su imagen, la imagen más cierta que tengo de él es sobre la tierra, junto a lo sembrado, lo plantado; junto a la hojita que apunta, la flor que asoma o el fruto que promete. Y en las manos, la azada o la escardilla. Verlo ahora así, sin nada en las manos, es como ver a un viejo escritor sin una pluma que llevarse a los dedos, como a un viejo mago caminando despacio por el escenario de su vejez, sin chistera, sin plumero, sin paloma, sin naipes, sin pañuelos… No, no es el mismo.
Y me alegro de este tiempo de descanso que vive, pero el campo lo tiene dentro y le sale, como sembrado en él, por la punta de los dedos, por la mirada, por la voz. El viejo labrador anda ahora por su reino disfrutando del tiempo holgado, sí, pero sin la alegría de la batalla diaria de esas papas, aquellos tomates, esas berenjenas, esas cebollas, esos pimientos… La tierra que labraba, ahora, sin él, es tierra enterrada; y él, sin ella, una ociosa viudez que no lo deja ser el que era.
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