LA TRIBU
Estirón
El campo ha dado el estirón y está que se sale de su propio territorio
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Lo decían las mujeres cuando veían a una madre con su hijo, si éste había dado el estirón y, además, estaba hermoso: «¿Y este es el tuyo chico, que hace nada te llegaba a la cintura y hoy está más alto que tú?» Sí, era ... el pequeño de los hijos, y un estirón a eso de los quince lo levantó hasta pasarle a su madre tres dedos por encima de la cabeza. Sí, era el chico, el mismo que ahora «hay que ver lo doble que se ha puesto…» Doble, se decía, por señalar que el chaval canijillo había cogido formas y era otro.
El campo ha dado el estirón en el quinto mes, y está que se sale de su propio territorio. Y si en vez de campo decimos tierra, Pachamama, entonces hay que hablar de menarquia de la tierra, una menarquia que dentro de poco parecerá que la tierra está casi cumplida en una preñez inexplicable. Todo es estirón, pubertad, veras del parto grande.
El calor tiene manos de obstetra y la tierra no puede más. Ya no es estirón, ya no es menarquia; es la madurez divina del campo. Ya empiezan a engordar las naranjas, y las granadas, y a engordar y a enrojecer los tomates. Y en los matos, ay, en los matos, cómo pacen, en un silencioso e invisible careo, sandías y melones… Y la flor fue bajándose de los tallos para darle sitio al fruto, no hay más que verlo en las pimenteras, en las berenjenas, allí donde el calor no permite que la cosecha se retrase, se quede atrás en el ritmo biológico del campo que está ahora lleno de sol y de verano adelantado.
Al olivo gordal ya se le ven desde lejos las aceitunas, y en los cercados la vida más sabrosa se redondea, bella por fuera y azucarada por dentro. Estirón y menarquia. Y madurez repentina, madurez de sopetón. «Vamos, vamos…, esta niña se ha hecho mujer en dos tardes…». Ayer apenas le vimos la flor a la sandía y hoy palpamos su fruto como un escolar globo terráqueo sin países definidos, ciego y verdeoscuro mapamundi.
Estirón como cohete que sale disparado y en la altura de su madurez explosiona cuajado de frutos. Estirón del campo, de la tierra. Y la belleza echada o pendiente de los frutos, esa obsecuencia ante la luz de la Luz que le brilla a La Mano, que ahora tiene un impaciente temblor genesiaco…
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