La desventaja
La desventaja
Olivares, matos, viñedos, maizales, en algún momento, exigen la desnudez del trabajador, a cuerpo limpio
TENDRÁS que salir antes de que el sol se entere; antes de que la luz haya encendido la aurora para no tropezar con las piedras de las últimas oscuridades. De noche, sí, como era entonces la salida para la peonada temprana, a la hora que ... los moreros iban a la era y, por los caminos, la porcada, la piara o el rebaño, más que un paso animal, fueran un sordo sonido de pezuñas envuelto en la asfixiante gasa del polvo. Tendrías que salir cuando todavía las brevas y las ciruelas conservaran el último frescor de la noche y, en las chumberas las ruecas tuvieran un espinoso sueño de apagavelas.
Así, exactamente igual, ahora. Porque no hay escudos que doblen las lanzas del sol cuando julio, vestido de armadura, se despierta dispuesto a ganar diariamente la pelea. Por eso, salir ahora al campo es salir en desventaja. Podrás ir, si puedes, en vehículo con aire acondicionado, pero el campo no puede trabajarse dentro de una burbuja. Al campo, en algún momento, hay que darle la cara, el pecho, la vida. Olivares, matos, viñedos, maizales, en algún momento, exigen la desnudez del trabajador, a cuerpo limpio. Y ahí es la derrota del trabajador. Porque darle ahora la cara al campo es entregarse a una hoguera inquisitorial. El campo ahora, sencillamente, duele. Duele tanto como, en el otro extremo, duelen las mañanas de frío, los días de solanos que vuelan con alas de navajas, las mañanas que no encuentran sol que las caliente, por muy entero que el sol salga. Y el mismo que en el invierno buscamos en los resolanos como una candela sin llamas y sin brasas, es el que ahora nos achicharra en cuanto nos ve. Ayer, sólo en las veras del río que vivieran en la eterna umbría de la alameda, allí donde los cabrerillos jugaban a hacer cabrillas con las tejoletas en la superficie del agua, allí, había defensa, no del calor, que el calor estaba en todo, sino de la mirada inmisericorde del sol. Una desventaja, una tremenda desventaja. Nadie se explica, amado campo, cómo los hombres que han sufrido tanto cuando te trabajaban, no sepan vivir sin tu ausencia cuando se ven obligados a separarse de ti por vejez o por enfermedad. Nadie se explica querer tanto con tantas desventajas.
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