la tribu
Cruces
Cuando el campo está como está ahora, la Creación celebra su onomástica
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Así estaba el campo entonces, cuando la memoria se queda entre flores y olores, zumbidos de insectos y tanto principio de miel en las alas que van, se posan, que vienen… Así estaba el campo entonces, que no cabía en el campo. Habría llovido como ... ahora, y los chiquillos andaríamos por la cebada haciendo pitaderas, o jugando a volcar el verde espigado. Así, como ahora, cuando a las veras del pueblo se venían los olores del pinar —el romero— pidiendo a voces que se vistieran las Cruces de Mayo, y el domingo, el Romerito, todo el mundo a los pinares, «Vámonos / por romero y por amor…».
El pueblo, para ser hermoso, para ser bello, necesitaba del campo, como lo necesitaba cuando el Corpus pedía juncias de la orilla del río y romero —más romero— del pinar. Y esa belleza se santiguaba en tres sitios del pueblo, en tres entradas, el camino de Sevilla, el camino de la marisma y el camino de los pinares.
Tres cruces, como en una aislada persignación urbana. Y hacía falta campo y patios para conseguir la belleza. ¿Y los lirios, vinieron alguna vez los lirios con el celeste con que afemina el pinar tanto como un almendro en flor? Lirios, qué locura, esa celeste gracia manchada —tocada— de amarillo que en el pinar pone asombros. Cuando el campo está como está ahora, la Creación celebra su onomástica.
Y el campo está como estaba entonces, todo espigas, todo flor, todo fruto camino de su madurez, todo luz bellísima. No hay sembrado, no hay alameda, no hay vallado, no hay barbecho, no hay labrantío que no tenga la belleza precisa, la belleza que da la abundancia. ¡Qué locura de primavera…! Así estaba el campo entonces, cuando una luz distinta montaba las tapias a la mujeriega y el pueblo, para no ser menos, se vestía de campo. Y venían las Cruces. Un tamboril y una gaita, unas palmas, un baile, y olores del campo que lo bendecían todo.
La belleza de lo sencillo, allí, en las Cruces de Mayo, que a finales de abril ya pedían vísperas, ya necesitaban que todo fuera suyo. Belleza del olivar, de los cultivos, del asomo de los racimos, de la hipérbole de las rosas, de huertos y matos que se desmandan de tanta salud. Así estaba el campo entonces, sin saber cómo hacerle sitio a tanta criatura…
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