LA TRIBU
Cosecha de fuego
¿De dónde sacas, para mantenerlos vivos?
No hay por dónde cogerte que no achicharres. Pero ¿quién te deja ahí, abandonado a la (mala) suerte de este infierno tempranero que se ha venido en el nombre de san Juan y de san Pedro y san Pablo? Las uvas que siempre se vienen ... por Santiago están ya pidiendo tijeras que las corten, por miedo a morir incendiadas en cualquier mediodía. Y las ciruelas, calientes como bolsas de infusión, ensayando el suicidio de desprenderse del pedúnculo y lanzarse al vacío, antes que hacerse orejón.
No hay por dónde cogerte que no achicharres. Eres un caldero al sol, cubeta de hojalatero, agujereada olla de castañera, interior de los boliches. Da miedo incluso mirarte. ¿Cómo es posible que puedas mantener todavía algunos verdes, algunas ramas llenas de hojas, yerba enhiesta, ramaje? Da miedo mirarte, sí; miro los álamos de la ribera, las adelfas, el poleo que intuyo, las espadañas, las mimbres, los lampazos en los últimos charcos del río, y no me lo explico. ¿De dónde sacas, para mantenerlos vivos? Miro maizales, matos y campos sembrados de remolacha, algodonales, y me pregunto adónde vas por jugos para ellos, si te arden los terrones como piedras lanzadas por la boca de un volcán. Quema la tierra, sí, los dos sabemos de lo que hablamos, y si la tierra está hecha harina, de tanta labor, ríete tú de las fiestas que celebran caminatas sobre brasas, porque un puñado de esa tierra metido en el calzado te achicharran los pies, te causan quemaduras de tercer grado. No hay quien se acerque a ti, y sin embargo los hombres de la tierra se acercan a cuidarte, a aliviarte, samaritanos de tu necesidad, para que no te mueras ni de sed ni de pena en este verano que acaba de nacer con llamas en las puntas de los dedos. Ir a ti, ahora, es ir a cosechar las espigas del fuego, a aventar la parva del fuego, a procurar los granos del fuego. Recuerdo la era abierta a julio, incendiada sobre las rubias pajas, pero esto es peor, porque ya hemos aprendido a encontrar el frescor. Esto es peor, porque sabemos que si a finales de junio vienes así, ¿cómo será la canícula, y cómo los mediodías del verdeo o de la vendimia? No hay por dónde cogerte, amado campo, y hay que cogerte. Porque hay que salvarte.