la tribu
Camposanto
El campo, manipulado por muchos y asfixiado por otros tantos, no sabe qué hacer para no morir
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Te acuerdas de Quilapayún, y con ellos te preguntas «qué culpa tiene el tomate / que está tranquilo en su mata…». No, no quieres usar palabras duras, no quieres seguir la letra, aunque cuadraría, ahora y en otras muchas ocasiones. Porque qué culpa tiene el campo, ... y qué culpa el agricultor, si por un lado tiene el problema de las lluvias, «llamé al cielo y no me oyó», y por otro tienen que soportar la esgrima de las plumas de los despachos, de las carpetas, los folios. Las plumas, esos arados torcidos que, con una firma, arañan el papel y siembran tinta de nones, de imposiciones, de exigencias. Por si fueran pocos los robos y los daños diarios, al campo lo ahogan muchas manos. Un dogal, a veces, las disposiciones que vienen de fuera, de allí donde los pies no saben lo que es pisar la tierra y las manos jamás palparon un fruto en crecimiento.
Así el campo, manipulado por muchos y asfixiado por otros tantos, no sabe qué hacer para no morir en su propia tierra, para no tener que cavar su sepultura en la tierra que, agobiada de reveses, ve que quisieran dejarla para fosa común de tantos siglos, milenios, de convivencia con el hombre que supo quererla.
Ayer, aceitunas, aceite, frutas; hoy, tomates; mañana, sandías, melones, papas… Nos empujan a salir de nuestro predio, de donde no queremos salir, porque amamos la tierra para estar con ella, no para organizar enfrentamientos. El campo se va a cansar —está cansado ya— y va a empezar a dar cosechas de sal. El campo, a este paso de tanto furor medioambientalista como sufre de la Europa ciega, sorda y torpe, se va a hartar de ser campo y va a rebelarse, va a usar sus viejas herramientas como armas de guerra.
Siempre hay una mano forastera que o bien se interpone en sus terrenos para que no pase el campo nuestro, o bien se acerca aquí, mira y calla y cuando se aleja, se convierte en guillotina —algo muy francés, por cierto— para decapitarlo.
Al campo, entre unos y otros y unas y otras, no lo dejan ser naturaleza viva, y están empeñados en enterrarlo en su propia tierra, para convertirlo en aislado camposanto. Vuelves a acordarte de Quilapayún, y ahora sí te gustaría seguir la letra…
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