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la tribu

Camposanto

El campo, manipulado por muchos y asfixiado por otros tantos, no sabe qué hacer para no morir

RAÚL DOBLADO
Antonio García Barbeito

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Te acuerdas de Quilapayún, y con ellos te preguntas «qué culpa tiene el tomate / que está tranquilo en su mata…». No, no quieres usar palabras duras, no quieres seguir la letra, aunque cuadraría, ahora y en otras muchas ocasiones. Porque qué culpa tiene el campo, ... y qué culpa el agricultor, si por un lado tiene el problema de las lluvias, «llamé al cielo y no me oyó», y por otro tienen que soportar la esgrima de las plumas de los despachos, de las carpetas, los folios. Las plumas, esos arados torcidos que, con una firma, arañan el papel y siembran tinta de nones, de imposiciones, de exigencias. Por si fueran pocos los robos y los daños diarios, al campo lo ahogan muchas manos. Un dogal, a veces, las disposiciones que vienen de fuera, de allí donde los pies no saben lo que es pisar la tierra y las manos jamás palparon un fruto en crecimiento.

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