LA TRIBU

Callado grito

Ya es tarde para remediar la escasez que tienes en tus entrañas. Acercarse a ti es oírte el callado grito de la sed

La mañana por ti parece la canción de la negra Sosa: «Todas las manos, todas…» Lo que pasa es que no son aquellos tiempos cuando: «y es tan buena la cosecha / que se desgajan los ramos. / ¡Vamos al olivo! ¡Vamos!» ¿Y para qué ir, si ... por más que nos juntemos todos no puedes darnos cuanto quisieras y desearíamos, ni en el olivar ni en las viñas? «Todas las manos, todas…» Pero nada será igual mañana, ni abrazado por las duelas en las botas, ni encerrado mar cónico en los depósitos donde esperas lo que no es posible.

No, no se desgajan los ramos, por más que haya llovido copiosamente en septiembre, aunque con aires de debut y despedida; no se multiplicarán los racimos bajo las alas verdes de las cepas que se agachan como cluecas del pago. No. Aunque se descolgara el cielo de nubes preñadas de agua.

Ya es tarde para remediar la escasez que tienes en tus entrañas. Acercarse a ti es oírte el callado grito de la sed; ese callado grito de madre que no siente correr los lactíferos mientras mira el llanto de sus hijos hambrientos. Callado grito. Llevas varios años así. Nos preocupaba una pandemia sobre nosotros y no supimos mirar tu necesidad hídrica. Nos daba miedo respirar aun con mascarilla y no nos dimos cuenta de que a ti te iba faltando el aire del agua, que se te secaban los ahorros del agua, que se te estaba agotando el suero que te goteaba por las venas… Callado grito. Cristo que busca fuerzas en su seca crucifixión para pronunciar la quinta palabra.

Qué lejos quedan de ti aquellos días de vendimia que llenaban los lagares y aun buscaban espacio por todas partes, en aquella danza de medios abrazos de los pisaores, mientras los tabarros se obstinaban en el esférico azúcar de la uva; lejos, los días de manta y escogido, olor frutal de la aceituna verde y, por los pueblos, una romería de arrias en un ir y venir del pueblo a los olivares, de las viñas al pueblo. Y el pan verde de las dos cosechas partiéndose en las manos obreras como una comunión proletaria. Qué lejos, hoy, te quedan aquellos días. Hoy, amado campo, mientras das generosamente lo poco que puedes dar, me duelo con tu callado grito de sed.

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