LA TRIBU
De cagalástimas
Así vino la lluvia sobre un noviembre que llevaba casi treinta días muriéndose de sequía
A última hora, como plasma que llega en las agónicas boqueadas, como oxígeno que viene a salvar la asfixia, como clepsidra de suero que acude donde la vida la necesita. Así vino la lluvia sobre un noviembre que llevaba casi treinta días muriéndose de sequía, ... de solanos y de soles duros, mientras la tierra no se atrevía a prepararse para ser madre. Así, de cagalástimas.
Los chiquillos de tu infancia, cuando alguno conseguía algo cuasi de milagro, decían lo mismo siempre: «Sí, has ganado, pero de cagalástimas…» De cagalástimas, entonces, se conseguían puestos de trabajo, matrimonios de braguetazo, triunfos en el juego, salvaciones que nadie esperaba. De cagalástimas. El cagalástimas empañaba todos los brillos que se habían conseguido así, de cagalástimas, y, en el mercado callejero, lo que se conseguía así no tenía un valor firme. Todo era menor, si se había conseguido de cagalástimas. También usaban la expresión cuando alguien daba algo bien por insistencia de quien lo pedía, bien por quitarse un estorbo de encima: «Le dio dos pesetas, sí, pero se las dio de cagalástimas…» Eso parece que ha hecho el cielo con el campo, con nosotros, con la vida que necesitamos, darnos el suelto, la calderilla de agua que le sonaba en el forro del bolsillo de noviembre, para contentarnos, para que dejásemos de llorar por la lluvia que no venía, para que no podamos tener excusas para irnos a la tierra a labrar, a sembrar, a abonar, a andar con esperanza sobre los sitios de la vida vegetal.
La lluvia ha llegado a noviembre como un Séptimo de Caballería líquido que, a toque de cornetín, acudiera en socorro de la caravana rodeada de indios, que así, como una agónica escena de película del Oeste, le veíamos la cara al último perfil del otoño que andaba, seco y caluroso, por noviembre. Es verdad que el agua llega tarde para salvar algunos naufragios de la agricultura, pero salva mucha vida con su llegada. El campo, siempre lo mismo, mirando al cielo, que si lluvias, que si brisas, que si soles, que si temperos…
La eterna dependencia, el eterno no saber qué pasará mañana. Pero celebra la tierra —y nosotros con ella— esa salvación de última hora, ese clavo ardiendo. Aunque sea de cagalástimas.
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