la tribu
La bandera
Aquí, que están permitidos y muy bien vistos todos los nacionalismos, menos el de la única nación
Fue en 1980, en Las Palmas. Una chica argentina te decía, asombrada, que no se explicaba por qué los españoles le tenían tanta fobia a su bandera nacional, como si la bandera fuera una deshonra. No se lo explicaba porque hablabas con ella de fútbol ... y te enseñaba fotografías de la victoria de su país en el Mundial de 1978, y que toda Argentina salió a la calle vestida con los colores de la bandera de su país, albiceleste, y así también los balcones, los comercios, todo; y que había visto que en España, si alguien sacaba la bandera nacional, lo llamaban facha. Han pasado cuarenta y dos años y no sólo no ha desaparecido ni menguado aquella fiebre, sino que ha aumentado.
Y todavía el fútbol tiene cierta 'autorización' a usar la bandera nacional, pero como a alguien le dé por lucirla en cualquier ambiente -y de cualquier tamaño- corre peligro de un abucheo -como mínimo-, de una paliza o de cosas peores. Cuarenta y dos años más tarde has visto de nuevo a los argentinos vestidos de patria, vestidos de celeste y blanco. Lo viste en la televisión y lo veías por las calles de la gran ciudad, envueltos en su bandera, como si cada uno de los aficionados se sintiera en ese momento toda la Argentina. Y cuando la noche les trajo el triunfo de su selección, la calle era una locura albiceleste, una fiesta nacional con cánticos, una pasión desbordada, sí, pero envuelta en la bandera de su país. Que un argentino -de Salta o de Usuhaia, de La Plata o de Puerto Iguazú- le ponga pegas a un compatriota por lucir o enarbolar la bandera de su país. No se le ocurrirá. Y ya ves aquí, que están permitidos y muy bien vistos todos los nacionalismos, menos el de la única nación. Cualquier bandera -en España- goza de más respeto que la bandera española. La calle admite a chavales con camisetas de deportivas de Rusia, de Japón, de Irán, de Polonia, de Alemania y de cien más, pero como a alguno le dé por ponerse un camiseta de España, se la juega. Y si además de camiseta luce bandera, doble peligro. Puede ocurrir que salgan cuatro matones separatistas, le den una paliza, le quiten la bandera y la camiseta y se las quemen. Y los asistentes, por prudencia, por miedo o por cobardía, no intervendrán, con lo cual se crece el separatismo y se encoge el sentimiento de sentirse español. Una vergüenza, una pena, una barbaridad que no sabemos cómo acabará, que se empieza por los símbolos y ya saben cómo puede acabar el ataque. Te acuerdas de aquella muchacha argentina, y al ver a sus compatriotas convirtiendo la calle en una fiesta nacional con un solo símbolo, los colores de su bandera, celebras que haya sido Argentina la ganadora del Mundial, aunque sólo sea porque sabes que no habrá disturbios por la bandera de su nación.
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