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TRIBUNA ABIERTA

La marcha de Radetzky

Es fácil juzgar los hechos pasados desde la atalaya del presente, cuando ya se sabe a qué condujeron los comportamientos y las decisiones de todos los actores de una historia finiquitada

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Antonio Benítez Burraco

La alegría de vivir que le embarga a uno al concluir cada temporada el Concierto de Año Nuevo es proporcional a la melancolía que le provoca los restantes 364 días la conocida composición que sirve como broche de tan afamado evento. Porque pasa con sus ... acordes (y hasta con el propio nombre del héroe de Marengo, Wagram y Novara) lo que con los valses de Strauss, la tarta Sacher, los palacios pintados de amarillo o los cuadros de Klimt: que tan pronto como son evocados, la tristeza y la nostalgia hacen presa en nosotros. Se trata, claro está, del efecto ligeramente narcótico de un destilado hecho a partir de un mundo ya fenecido, de un elixir que condensa las obras de una pléyade de magníficos escritores, pintores, científicos y músicos, y que se nos presenta en un bello recipiente decorado con castillos, bosques alpinos y ciudades pobladas de tilos, sobre el fondo de un abigarrado paisaje etnográfico y cultural. Una geografía sentimental, en suma, que es posiblemente la caracterización más exacta de lo que el viejo Imperio Austrohúngaro ha terminado siendo para la mayoría de nosotros. A lo anterior se suma el encanto de lo que ya era un anacronismo en su propia época, a saber, una sociedad medieval (al menos en sus formas externas) que convivía con la electricidad, el psicoanálisis y el atonalismo. En suma, una anacrónica ucronía. Joseph Roth, el famoso escritor nacido en Brody, más allá de Lvov, eligió precisamente 'La marcha de Radetzky' como título para una de sus novelas más conocidas, en la que describe el colapso del gran imperio centroeuropeo, sabedor, como Stefan Zweig y tantos otros, que con él desaparecía algo que, sin ser perfecto, fue mejor que buena parte de lo que lo rodeaba y sin duda, que casi todo de lo que vino a sustituirlo. Aunque es difícil hacer un balance de toda una época y de un territorio mayor que la Península Ibérica, y si bien hubo miseria, conflictos étnicos, inestabilidad política y guerras casi constantes en las fronteras, las cosas fueron mejor allí que en Rusia, el Imperio Otomano o hasta Escandinavia, y, desde luego, tragedias como Treblinka, Katyńo Srebrenica habrían sido inimaginables en aquel entonces.

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