ANTOLOGÍA DEL RECUADRO
Unos puros para Antoñito
Publicado el 22 de diciembre de 1974
![Unos puros para Antoñito](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/plantillas/newsletters/sevilla/cabecitas-opinion-sevilla/cabecita-antonio-burgos.jpg)
Estaba la otra mañana por el centro, a esa hora tonta en que ya has hecho todos los mandados, y te has tomado todos los cafés con los amigos, y todavía no es hora para empezar con la cerveza si te encuentras con otro, y ... voy y me digo:
—¿Y si voy a ver a Antoñito Procesiones?
Así que cogí, entré en el estanco de la calle Sierpes, compré una cajita de puros y me dispuse a ir de visitas, a ver a Antoñito Procesiones. A mí éstas son las visitas que me gusta hacer, como me gusta llamar a los amigos para algo que no se suele:
—¿Y para qué quieres que nos veamos?
—No, para nada, absolutamente para nada. Para cambiar impresiones y para darnos conversación...
Ya sólo quedamos unos cuantos decadentes que sabemos sacarle partido a la nada:
—Bueno, usted me dirá que le trae por aquí...
—No, no me trae absolutamente nada; que pasaba por la puerta y me digo, voy a saludar a este hombre...
Bueno, pues lo de Antonio Sanz, lo de Antoñito, fue exactamente igual. Yo sabía que vivía por la tortería de la calle Chicarreros. Así que entré en la tortería y pregunté. Al lado era: en Chicarreros número cinco, piso segundo, tiene su casa esa deliciosa Sevilla de Antoñito. Porque Antoñito, desde que lo operaron de cataratas, no se atreve a salir a la calle; ni siquiera a cruzar la plaza San Francisco para ponerse a fumarse su purito y a saludar a medio mundo en la esquina del Laredo.
No es que esté torpe. De la operación quedó estupendamente, y hasta el Abecé me lee, mis glorias de Sevilla son que me lean Pepe Luis y Antoñito Procesiones, Juanita Reina y La Pautó, don Luis el alcalde y mis quinientas mil o seiscientas mil señoras:
—Y los maridos, Burgos, que los maridos también lo leemos a usted...
—Pues muchas gracias, quinientos mil o seiscientos mil duritos que me va a costar hoy la broma...
Así que subo la escalera, de esas que llegas echando el corazón por la boca, traicioneras escaleras de Sevilla de infarto a los cuarenta, y llamo a la puerta. Y tras la llamada, la voz inconfundible de Antoñito:
—¿Quién es?
—Burgos, Antoñito, soy Burgos...
—¿El que escribe en el Abecé?
—El mismo...
Y Antoñito en batín y zapatillas, mañana fría de Sevilla, la salita, el televisor en que consume sus horas, un cenicero sobre el croché de la mesa camilla, la toquilla y la sonrisa de la madre, la Giralda dando las horas, el reloj del Ayuntamiento dando los cuartos, el viejo silencio de la ciudad que rompían los pregones.
—Ea, pues muchas gracias por los puros, Burgos. Oiga usted, el Abecé, ¿dónde está? y trato de explicarle a Antoñito dónde está el Abecé. Y desisto. Porque con la mano extendida, bendición de su eterna niñez sobre la cúpula del Salvador, sobre la Perlita, sobre la Plaza San Francisco, sobre la calle Sierpes, señalando a los balcones, me da su teoría de Sevilla:
—Eso está mú lejos... Pa mí Sevilla ná más que es esto...
¿Te parece poco, Antonio? Ahora se acercan las Pascuas y los Reyes. Ahí querían puestas tus señas. Yo simplemente sugiero a los sevillanos que hagan lo que hice: que se acerquen cualquier mañana a llevarle unos puntos a Antonio. Porque a sus sesenta y seis años, sigue con sus puros.
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