ANTOLOGÍA DEL RECUADRO
El avión de los políticos
Publicado el 7 de noviembre de 1980
Es el IB-OX9. Es un Boeing 727 que tiene su llegada al aeropuerto de San Pablo, procedente de Barajas, a las nueve menos cinco de la noche de cada jueves. El jueves es el día en que en el Congreso y en el Senado ... ya se acabó lo que se daba, aunque poco se daba ciertamente, la jornada de se-acabó-él-carbón de los padres de la patria española y andaluza, hasta el martes, en que empieza de nuevo la faena, que tampoco se van a quebrar nuestros parlamentarios de tanto doblarla, tranquilos.
En ese avión, cada jueves, llega a Sevilla lo que se llama la clase política local, de la Ucedé, del Sóe, del Peseá, del Pecé. Montarse en ese avión es lo que ahora añoran los aspirantes a senadores que están velando las armas: Cabrera con el chándal haciendo precalentamiento por la banda de las elecciones de la Ugeté; Diego de los Santos más humanista que nunca, con su noble cabeza cana de santón del Viso del Alcor más bueno que un pan; Tassara tratando de recomponer entre algodones de la algodonera la rota imagen de la Ucedé en el Sur; Mancha con la esperanza de que por fin la gente que piensa como Fraga vote en Sevilla a Fraga; todos, absolutamente todos, lo que quieren es volver a Sevilla los jueves en el avión de los políticos...
Y ese avión de los políticos es el símbolo de cómo el personal está totalmente desinteresado de la política. Antiguamente había bulla, algo tan sevillano como las bullas, para despedir y recibir a los senadores del Reino y a los diputados a Cortes cuando se iban o cuando llegaban en el exprés a la estación de la Plaza de Armas. Andén de las recomendaciones, estribo de los sobres de instancias, en la estación se veía el poder y la gloria de liberales y conservadores, de radicales y cedístas. Pero ahora no. Llega el avión de los políticos y nadie acude allí a pedir nada. La gente sabe que los políticos llegan ese día y en ese avión, y están solos y sin barreras, abordables, a cuerpo, pero nadie se acerca a San Pablo. A los políticos ya nadie les pide nada, los han dejado solos, como en la copla de borrachera que repite Fernando Quiñones en su libro de los andaluces. Y así, en el aeropuerto, a la llegada del avión de los políticos, todo lo más que puede verse es la enternecedora e inusual escena de Alfonso Guerra en el papel estelar de padrazo, levantando por los aires a su niño, al que le llevan cada jueves cuando llega su papá, ¿se imaginan a Guerra diciendo «ajo mi niño»? Bueno, pues en el aeropuerto pueden verlo todos los jueves besando a la familia. Totalmente enternecedor.
Y esa soledad (no Becerril) del político que llega es todo un símbolo de cuanto llaman el desencanto, el pasarde. Como la soledad del alcalde. ¿Se han fijado que nadie espera al alcalde cuando se sube en el coche en el Arquillo para pedirle nada, como no sean las limpiadoras que van para armarle el espectáculo? Ya no hay en el andén del Ayuntamiento nadie esperando a que el señor concejal vaya de los escalones de mármol al coche oficial. O será, como me pienso, un buen signo de normalidad democrática. A los políticos no hay que abordarlos a darles el atraco, que para eso están las oficinas parlamentarias. A los políticos no hay que darles el sablazo, porque se niegan a la recomendación. ¿O no se niegan a la recomendación? ¿O no va nadie a intentar verlos porque sencillamente ya nadie los quiere ni los puede ver?
Sea como fuere, no hay nada más triste que ese «catalán» de la política que llega cada jueves a San Pablo con unos emigrantes temporeros que vienen de la Vendimia de la Carrera de San Jerónimo...
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