la alberca
El pozo del sanchismo
Con Doñana, Sánchez ha recurrido al aforismo clásico del mal político: «Haz lo que yo digo, no lo que yo hago»
El césped del palacio, situado entre las dunas ocres de un pinar, es un mal argumento para dar lecciones sobre Doñana. Esa mancha verde de las Marismillas entre la polvareda marrón de la playa del Inglesito y la bancada fluvial del Poblado de la Plancha, ... en las postrimerías del Guadalquivir, es una delación en toda regla. El satélite es un traidor y ofrece la prueba incontrovertible: ahí se usa agua para regar. Desde que este palacio enclavado en las entrañas del Parque Nacional se expropió en los noventa, todos los presidentes del Gobierno le han dado uso vacacional o diplomático. Recibir en Doñana a jefes de estado de todo el mundo es, indudablemente, una carta de presentación fantástica. Pero lo de Pedro Sánchez es otra cosa. El edificio colonial es una joya engastada en otra joya, un capricho muy apetecible. Y, obviamente, no tiene redes de ningún tipo: ni de abastecimiento de agua, ni de electricidad. Es autosuficiente. Bebe de un pozo autorizado por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir hace décadas y de un aljibe que acapara las lluvias. El gasto de agua para el mantenimiento de las instalaciones no es escandaloso, se trata de un consumo que, por sí solo, apenas tiene incidencia sobre el acuífero de Doñana y su nivel freático. Sin embargo, pozo a pozo se ha llegado a una situación que desde Bruselas consideran preocupante y desde la Moncloa también. La pregunta es por qué si a Pedro Sánchez le inquieta tanto la sequía en Doñana ha hecho más obras que nadie en el palacio estatal y hasta se ha ido por allí de vacaciones con sus colegas. El problema exacto no es lo que hace el presidente, salvo cuando el uso se convierte en abuso, sino lo que dice. Para pontificar sobre cualquier tema, antes hay que asegurarse de que no tiene uno cadáveres en el armario. El pozo de las Marismillas es legal, pero Sánchez cumple con él la famosa instrucción atribuida a Séneca: «Haz lo que yo digo, no lo que yo hago». Por eso es un político tan nefasto. Porque la política consiste exactamente en el ejercicio de la ejemplaridad para la mejora de la sociedad.
Para entendernos bien, esto es igual que lo de Pablo Iglesias con el chalé. El problema no es que se comprase un casoplón, sino que cuando vivía en Vallecas llamaba ladrones a todos los políticos que tenían áticos. De la misma manera que no se puede criminalizar a los ricos hasta que te haces rico tú, no se puede apoyar el boicot de Alemania a la fresa de Huelva por el uso que hacen los agricultores del agua de Doñana cuando tú también la estás usando para pasar las vacaciones con tus amiguetes. Sánchez ha puesto en las Marismillas mosquiteras y le ha sacado a Europa fondos para una máquina que convierte la humedad ambiental en agua potable. Un inciso: ¿esa humedad ambiental no se la esquilma al ecosistema? Lo que quiero decir es que si te vas a poner pesado con Doñana para hacerle la puñeta al PP en Andalucía, qué menos que irte a La Mareta. Ah, no, perdón, que en Canarias le están esperando los afectados del volcán para preguntarle por las ayudas que les prometió.