La Alberca
Las postales de Mantero
Sevilla desdeñó al gran poeta mientras él seguía mandando cartas con vírgenes de Murillo desde Georgia
![Las postales de Mantero](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/opinion/2024/09/28/manuel-mantero-abc-RucMJa59O49T8xxdKKlRYkK-1200x840@diario_abc.jpg)
Aquel mal estudiante de la calle Estrella, compañero de Montesinos en el colegio de la calle Pajaritos, terminó siendo un erudito de la Universidad de Georgia, lejos del frío de Sevilla. Pero pocos han estado más dentro de la ciudad. Mantero hacía cada domingo la ... comunión en la calle Trajano. Paseaba después, en la gelidez de cualquier parque de Michigan, por la Alameda, donde su infancia conoció dos riadas: la del Guadalquivir y la de las lumias. «La antigua mancebía del Arenal reaparecía bajo las columnas de Julio César y Hércules», escribió cuando ascendió a catedrático de Literatura, mucho tiempo después de ser poeta. Manuel Mantero inyectaba su tinta sobre las heridas más lacerantes de la ciudad. Y a veces parecía herético cuando en realidad era ascético. Sevilla no entendió este párrafo de los sesenta: «Los viernes se llegaban las putas a la no lejana plaza de San Lorenzo, para rezarle al Cristo del Gran Poder. Le pedían salud y clientes. Muchas (se decía) tenían fotografías del Cristo en su dormitorio». Luego hemos visto al Señor en Los Pajaritos auxiliando con su cruz a los caídos. Pero Mantero ya lo había visto antes que nadie. Porque lo que hacía con sus versos eran misiones. Defendió siempre que la Semana Santa de Sevilla es «intocable, clásica, fijada, como la música de Bach, como la pintura de El Greco». Mantero insistía en que la Semana Santa de Sevilla la inventaron otros, no nosotros, y que por esa razón «está fuera del tiempo». Y aportó una idea que es el evangelio cofradiero: «El cansancio no cansa, forma parte del ritual. El cansancio es necesario, como lo es también para hacer el amor».
Sevilla sí cansa. Porque jamás hizo el amor con sus poetas. Dejó marchar a Montesinos, olvidó a Laffón y Sierra, apenas puso una calle perdida a Mantero, que se fue a Estados Unidos a recoger el birrete que su ciudad le negó por rebelde y ateo. Cuánta mentira. Me carteé con él durante años y creo que sé lo que digo. Desde su casa de Athens me mandaba postales de vírgenes de Murillo que empezaban siempre de la misma forma: «Querido amigo, saludos sevillanos desde Georgia». ¿Rebelde Mantero? Por eso su muerte me alivia aunque ya las postales no vuelvan a cruzar el Atlántico. Porque él dejó escrito que su último hálito sería el del regreso humilde y callado a su tierra. «Yo no quiero coronas de flores en mi muerte. / ¿Para qué festejarme con aromas geométricos / que olerán otros? Baste mi sola muerte y cumpla / su duración la flor, su edad bajo las aves. / No flores: fuego. Cuando mi pecho ya no aliente, / este claro puñado de tierra de mi tierra / sobre mi pecho pongan. Después me quemen. Nunca / arderán dos amantes con tanta eternidad».
En ese fuego del niño que orinaba contra el sol con los ojos cerrados en la Alfalfa quedará siempre su poema a la Virgen: «En la aurora de Pascua, María Magdalena con todos sus demonios en la cama fornica. Tal sería la historia —cruda, vulgar, pequeña— si después de escuchar al arcángel Gabriel aquella adolescente hubiera dicho 'no'». Mantero le dijo 'sí' a Sevilla. Y por eso arderá en su eternidad.
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