La Alberca
El niño Jesús del Sevilla
Cuando esta noche el Pizjuán encienda su estrella, hay que rendirse ante Navas desde todos los rincones de la ciudad

Aquella cabalgada de antílope africano por la sabana de Johannesburgo cuando el reloj agonizaba, más raudo que todos los reyes de la selva, más estético que el David de Miguel Ángel, con el balón imantando la bota, fue como la huida a Belén. El niño ... Jesús trajo a España la buena nueva del triunfo cuando llevó hasta los confines de Iniesta la pelota más luminosa de nuestra historia. El humilde chaval de Los Palacios cuyo hilillo de voz tanto se parece a la fragilidad de sus piernas y sin embargo concentra el fulgor de la estrella de la camiseta española hizo todo el trabajo de carga aquella noche para que otro endeble genio albaceteño nos diera el oro de los reyes del fútbol con su magia. El niño Jesús del Sevilla, joya de la carretera de Utrera, ferralla que estructura el templo del sevillismo, conquistador de los siete imperios y pilar rojo que sostiene el balón del escudo, es un sevillano de los evangelios. El paradigma de ese tipo de andaluz universal que jamás habla de sí mismo, que no reivindica nada, que no se mete en el terreno de nadie, que simplemente lo devasta todo con un talento silencioso, modesto, sacrificado, íntegro, honesto, delicado. Al niño Jesús del Sevilla no se le conocen aspavientos, ni quejas, ni desaires. Tuvo que irse de su terruño a conocer la misma niebla que Cernuda, calladamente, para enseñarnos que el exilio es la madre del arraigo. Para volver más colorado. Navas regresó a su edén de Nervión con las bandas derechas de todo el mundo alfombradas para él. Le han puesto moquetas a las líneas largas de todos los campos para recibirlo, le han aplaudido sus rivales, le han elogiado sus víctimas, le han respetado por igual los viejos que le recibieron en el vestuario y los juveniles a los que ha recibido él. Su amistad con la pelota se basa en la confianza, en la lealtad, no en el dominio. Él no juega con los pies, juega con los recuerdos. Centra por detrás de los centrales porque sabe que ahí está el agujero de la capa de ozono por el que se puede acceder a la estratosfera. La pone en el espacio indefendible del área chica tantas veces al día que ha convertido el arte en una rutina. Y sobre todo, gana. Gana por naturaleza. No por ambición, codicia, competitividad, compromiso o profesionalidad. Gana por algo más valioso que todo eso: por superioridad natural.
Jesús Navas no necesita dar una voz para reivindicarse, no es un líder porque su palmarés le dé galones. Él manda porque es el mejor en todo. Porque su autoridad se ha fraguado con la siguiente carrera, esa que ya no puede dar nadie, ni siquiera los genios, sólo los únicos. El niño Jesús del Sevilla es un milagro que va más allá de las vitrinas, de la plata, de los arrebatos de la grada con el himno. Es un ejemplo para los suyos y para los contrarios, para los blancos y para los verdes. Ahora que se baja del escenario porque su cadera le da puñaladas traperas, cuando esta noche en el Pizjuán el adviento encienda la luz de la ilusión, hay que decirlo con orgullo y entre lágrimas también desde la otra acera: Dios ha escogido a Jesús en el Sevilla para gloria de todos los sevillanos.
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