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la alberca

Naranjal de letraheridos

La definición de Sevilla que ha hecho Rodrigo Cortés es una joya porque convierte en literaria nuestra amargura

Alberto García Reyes

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Cuando Sevilla huele a cítrico en los zapatos de los niños y la ciudad repta por las esferas amargas del otoño, aún con los estertores del verano mezclando guayaberas con rebecas, es difícil huir del mejunje de luz que ruboriza las fachadas por las tardes. ... No ha llovido nada y las alcantarillas huelen, pero el inmenso naranjal de sus calles, donde los árboles forman por tramos un cortejo que pasa por todas las esquinas del año, es un asidero de nostalgias. Uno nunca sabe si puede conservar su belleza un lugar orinado como ignora cuál es el día que el calendario reserva a la llegada del frío, pero sí tiene la certeza de un sentimiento: Sevilla es imposible de definir porque al definirla la limitaríamos. El otro día cometí la osadía de pedirle a Rodrigo Cortés, artista descomunal y sofista invencible, que incluyera en su 'Verbolario' de ABC el nombre de este rincón del mundo. Cortés obra en estas páginas el milagro diario del ingenio desde hace casi ocho años. Es un esclavo que arrastra las cadenas de sus dones. Por eso sé, y le pido disculpas, que le sometí a una presión insensata. Yo mismo acabo de escribir que esta ciudad es indefinible. Pero él aceptó el duelo y, tras un breve silencio entre cogitabundo y maledicente, soltó esta joya: «Sevilla es un naranjal rodeado de letraheridos».

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