la alberca
Naranjal de letraheridos
La definición de Sevilla que ha hecho Rodrigo Cortés es una joya porque convierte en literaria nuestra amargura
Cuando Sevilla huele a cítrico en los zapatos de los niños y la ciudad repta por las esferas amargas del otoño, aún con los estertores del verano mezclando guayaberas con rebecas, es difícil huir del mejunje de luz que ruboriza las fachadas por las tardes. ... No ha llovido nada y las alcantarillas huelen, pero el inmenso naranjal de sus calles, donde los árboles forman por tramos un cortejo que pasa por todas las esquinas del año, es un asidero de nostalgias. Uno nunca sabe si puede conservar su belleza un lugar orinado como ignora cuál es el día que el calendario reserva a la llegada del frío, pero sí tiene la certeza de un sentimiento: Sevilla es imposible de definir porque al definirla la limitaríamos. El otro día cometí la osadía de pedirle a Rodrigo Cortés, artista descomunal y sofista invencible, que incluyera en su 'Verbolario' de ABC el nombre de este rincón del mundo. Cortés obra en estas páginas el milagro diario del ingenio desde hace casi ocho años. Es un esclavo que arrastra las cadenas de sus dones. Por eso sé, y le pido disculpas, que le sometí a una presión insensata. Yo mismo acabo de escribir que esta ciudad es indefinible. Pero él aceptó el duelo y, tras un breve silencio entre cogitabundo y maledicente, soltó esta joya: «Sevilla es un naranjal rodeado de letraheridos».
Unos días antes, en el bar Dueñas, donde todavía es posible meterse por las papilas la Sevilla esencial, la que no ha sucumbido al imperio de los gastrobares, estaba tomando una cerveza con un amigo y el señor que estaba en el taburete alto del mostrador a nuestra derecha nos interrumpió con una pregunta inquietante: «Perdonen, ¿son ustedes literatos?». Mi amigo y yo habíamos citado, entre futiles comentarios sobre nuestro día a día, al cercano vecino Machado, a Cernuda y a Romero Murube. Prometo que la charla era normalita, pero la casualidad nos llevó por esos derroteros. Y el hombre de la vera, escogido al azar entre los parroquianos de la taberna, no pudo reprimirse: «Discúlpenme, pero les he escuchado. Es que yo escribo cosas, ¿saben?». De manera natural, le dimos cuartelillo. ¿Y qué escribe usted? «Pues verán, tengo un cuaderno donde voy escribiendo cosas que se me ocurren, aunque yo no tengo estudios». Junto al «huerto claro donde madura el limonero» machadiano, un hombre anónimo en un bar de entresemana estaba haciendo ostentación de su poesía herida. Rodrigo Cortés no estaba allí y, sin embargo, lo ha contado mejor que yo.
A pesar del calor tardío que hoy nos adentra en los fríos lejanos de noviembre y de la majadería del azahar combatiendo en las copas con las naranjas, la definición del 'Verbolario' es una de las más exactas porque convierte en literaria nuestra amargura. Un inmenso naranjal se adentra estos días extraños por el olfato para que los letraheridos, pícaros, buscavidas, bohemios y demás giróvagos del verso suelto confirmen que aquí el papel es más duro que la piedra.
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