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La Alberca

Maestro Curao

El mejor 'contaor' que ha tenido el flamenco en su historia se jubila después de la Bienal

Alberto García Reyes

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la noche en la que Calixto Sánchez rajó las cortinas del Lope de Vega con el fandango del Carbonerillo andaba entre bambalinas un veinteañero de Los Palacios que, sin saberlo aún, estaba fundando un nuevo horizonte para el flamenco. Todas las grandes expediciones de la ... historia han incluido un cronista para dejar constancia de la hazaña. La Bienal también. Manuel Curao recibió las primeras tomas de jondura con los calostros. Su padre, que era manijero en el poblado marismeño de Cotemsa, le enseñó cómo cambiaba el viento entre Lebrija y Utrera, primera lección sobre la diferencia entre la soleá de Juaniquí y la de la Serneta. Manuel nació en Los Palacios, que está en todo el tomate de los cambios de vía del cante, justo en la división del único mundo real según Villalón: Sevilla y Cádiz. Y desde niño cogió el remoquete de su casa, Curao, para poder meter en salazón la queja de la Fernanda, que le dio clases por la ventana cuando estudiaba interno en los Salesianos de Utrera. Manuel Curao es el gran contaor de la historia cabal por una razón muy sencilla: porque el flamenco ha sido su hábitat natural por encima del arroz de la marisma, de los tomates palaciegos, del mosto de Lebrija y de las bizcotelas de su infancia estudiantil. A Manolo lo metieron de chico en el Pozo de las Penas de Paco Cabrera de la Aurora, como Obélix en la marmita del druida, y ya no ha podido zafarse jamás del misterio de la sabiduría, que está agarrado a su extraordinaria modestia. Mi abuelo me aconsejó que nunca perdiese tiempo en aprender de aquellos que están empeñados en enseñar. Cuando conocí a Manuel lo entendí. El hombre que más sabe sobre la cultura andaluza de cuantos he tratado en mi vida jamás me ha dado una lección de nada. Por eso de él he aprendido casi todo lo que sé. Yo era un niño cuando la vida me puso a su vera. Lo había visto en la tele y escuchado en la radio. Lo tenía delante. En confianza. Y en lugar de tratarme como tantos que se hacían los sabihondos, me cuidó como un sabio. Se esforzó en hacerme sentir siempre como un igual. En el cariño lo ha logrado. En el conocimiento, no. Presumo de ello: he tenido la suerte de compartir media vida con el mejor.

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