LA ALBERCA
Que sea una horita corta
La Virgen María, en cualquiera de sus advocaciones sevillanas, dará la mejor noticia del año esta noche

La luz del azulejo simula que es la Estrella. Se apagan las farolas del tiempo en San Lorenzo, la escarcha anuncia el frío llorando en los cristales, la olla del albergue exhala olor a hueso, a caldo de puchero, a abrigo en el estómago. Y ... el azulejo brilla a solas en la calle con la Esperanza encinta. Sevilla está en silencio después de que en los templos el gallo haya cantado. Por las ventanas salen los haces de la vida, historias luminosas, o abismos de silencio, la lámpara apagada. A solas por la calle se pueden ver los puntos de luz de cada casa, en qué familia hay gozo, en qué salón tristeza, la cena con ausencia, la sopa que se aliña con lágrimas calladas o el ruido de los niños jugando con los Reyes del portal de Belén. A veces hay pobreza servida en panderetas y a veces opulencia en tétricas bandejas. En esta Pascua nueva de la Natividad la vida se divide en dos mundos cercanos: la fiesta de los niños que cantan villancicos mientras la abuela llora y el trance de la silla de menos a la mesa. Dios va a nacer en medio del corazón del tiempo, en la misma columna de ayer y de mañana, como decía Lorca. Si el sueño finge muros en el bisel del aire, ahí en el azulejo que vino de Triana hasta la Macarena se paran las mujeres del barrio de la Virgen cuando la noche cae. Salen de la basílica y van San Luis abajo calladas y veloces. Pero ante ese retablo, que es obra de Morilla, maestro de Mensaque, no hay una sola madre que no pare un momento. Una oración, un beso. Y a casa como el Viernes, por el lugar más corto y sin hablar con nadie.
Está escrito en el viento, con redondillas viejas, un son de campanita con ritmo de la cava. En la calle Castilla, por donde el Nazareno lleva un dolor distinto, nos guía la zambomba casi por soleá. La Virgen fue a dar a luz a Jesús en un corral de un rincón del arrabal donde esculpieron su cruz. Entre la mula y el buey alumbró anhelos sagrados un Niño de ojos cerrados con una cruz de carey. Rompió aguas al parir para aumentar el caudal de la pila bautismal que llaman Guadalquivir. Los Reyes tras esa huella por la calle San Jacinto llegaron por puro instinto a las Penas de la Estrella. Al pasar por San Gonzalo lo vieron ante Caifás aprendiendo ese compás que le dieron de regalo. Y así se creó este rito de Sevilla en Nochebuena: la O siempre en cuarentena meciendo al Jorobaíto.
Triana en una orilla, la Macarena en otra. Dios es el Río Grande. El centro de las cosas, la mediatriz exacta, el fiel de la balanza, la redondez perfecta. La O lo alumbra hoy con toda la Pureza que tiene la Esperanza. Y el azulejo antiguo que brilla junto al Arco será como el establo donde Sevilla abriga la salvación del mundo. El río es toda el agua del vientre de María cuando esta noche rompa. Irá a desembocar al infinito océano de amor ilimitado. Y todas las mujeres que saben qué es parir se detendrán en Ella, cerámica divina, para decir el rezo más bello de esta tierra: que sea una horita corta.
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